ÚLTIMA ESCRITURA
Entra en lo posible que una persona,
cualquiera, se perdiera en el azul contemplando las grandes naves blancas que
lo surcan, olas o nubes, ¿quién sabe? Después sabremos. Lo más probable es que
tal cosa sucediese en primavera—una estación que se ha hecho esperar como el
retorno del Mesías. Sin duda, un observador, pongamos por caso el padre,
pensaría que su hija está perdiendo irremisiblemente el tiempo. Digo bien: irremisiblemente, pues el tiempo que se
va no vuelve y no parece tener redención posible, tan ciegos nos hemos vuelto.
Sin embargo, es posible que la hija fuese feliz así, tumbada, tal vez con los
brazos hundiéndose en la verde yerba mullida por las últimas lluvias mientras sus
manos sujetan la cabeza. ¿Qué hace? Algo gratuito, pero no inútil: contempla la belleza en la que sus ojos
zozobran buscando algo, maguer no sepamos bien qué: un recuerdo, una
promesa, el amor perdido, su identidad o tal vez su futuro. Los hombres de
todas las edades, de todas las épocas y de todos los lugares, han elevado sus
ojos al cielo para contemplar las nubes o los han sumergido en la mar sin
buscar aparentemente nada, salvo la belleza.
Unos hombres medio desnudos, quién
sabe si guiados por un chamán o por un joven encontrado en la inmensidad del
espacio que atraviesan desde hace años siguiendo a las manadas, tiemblan por el
frío y penetran en una cueva portando antorchas. El humo es negro y a sus ojos,
acostumbrados a las grandes distancias, les cuesta trabajo ver entre tantas tinieblas.
Brillan ocres y dorados, rojos de la sangre que portan en cazuelas, la nieve
que habita en sus ojos, iris multicolores. Al fondo de la cueva, allí donde
sólo los dioses penetran, pintan con hábiles movimientos. Inclinan sus cabezas,
sienten el calor del fuego y el resplandor de la piedra; quizás hay entusiasmo.
Luego, con las pupilas dilatadas y el alma herida por la belleza, salen: les
deslumbra un cielo bruno, sin nubes, en el que sus dioses derramaron mil
lágrimas. Recuerdan y, de nuevo sienten ese ligero temblor de algo que en ellos
está, pero les supera: la belleza.
Mira
el firmamento: cuenta las estrellas si puedes… (claro que el redactor no
imaginó nunca que nuestras ciudades serían capaces de cegar el cielo y hasta al
Cielo). Abraham quizás también se estremeció por la promesa, por la belleza de
un futuro imaginable, pero aún irreal:
una huella; mas se había puesto en camino. Años después Moisés, refugiado en
una grieta, sólo pudo entreverla: la Gloria de Dios pasó por delante del
libertador, pero fue cubierto por la mano piadosa del Eterno, pues nadie puede
ver a Dios y seguir con vida. Muchos siglos después Rilke dirá lo mismo,
conmovido por una belleza sublime, en una de sus elegías, pues todo ángel es terrible.
Ni para nosotros, los judíos, ni
para nosotros, los griegos (porque Zubiri,
aunque en un contexto diferente, acertó al decir que nosotros somos los
griegos), la pregunta por la belleza ha sido independiente. A veces pienso que
la fragmentación moderna (la forma de Kant
de hablar de la belleza, por ejemplo) nos vuelve un poco tontos y no somos
capaces de comprender un mundo todavía no fragmentado en el que era posible
contemplar las estrellas sin pensar en mecheros cósmicos (lo digo como fumador,
conste). La pregunta por Dios (y en ese concepto concentrado en
maravillosa unidad también todo lo hermoso de los dioses griegos) y por la
belleza no son independientes, pues el primero sólo es pensable como כבוד
(kabôd: resplandor, gloria: belleza) delante
de nuestra vida (no sólo de nuestros ojos, pues la existencia no existe
disgregada sino para una razón disecadora). La Modernidad ha consistido en
buena medida en achatar lo que no cabía en el ataúd que le preparó a los
hombres. Quizás es un sueño romántico, pero la vida no es reductible a nuestros
conceptos sobre la vida; de ahí mi disgusto frecuente cuando me enfrento con
escritos sobre la belleza o el arte: parecen redactados por manos de agrimensores
que vuelven más turbias las experiencias cuanto más las manosean con sus
labios. Desde luego, la filosofía no está llamada a hacerse cargo de la
belleza, aunque meditar en ella esté entre sus más livianas obligaciones; pero
de ninguna manera la belleza se identifica con la historia de la estética.
¿Qué ahora busca Fidias? Sujeta el
cincel frente al mármol aún inmaculadamente blanco; el escultor está fascinado,
pero también amedrentado (después vendrá el conjuro), pues sabe que la belleza
se encuentra en la totalidad de la existencia: en su fondo, pero también en la
superficie, pues los griegos fueron superficiales—como Nietzsche nos enseñó—porque fueron profundos. Fidias sabe que la
belleza no queda reducida a su arte, que no es una simple τέχνη como oficio,
aunque se necesita saber mucho. El escultor sabe que en el gesto del caballo
piafando se encarna la belleza, pero ese gesto no supone consagrar la
brutalidad de los persas. Sin embargo, los modernos se escandalizan; algunos
incluso por el derroche de belleza.
El escultor se ha asomado también
más allá del umbral un día de neblina. Ha dejado su lecho caliente, toca la
dura piedra de la entrada y contempla el mundo. Siglos después escribirá:
Me acerco hasta la puerta. El aire es frío
como el gélido lienzo de una cama vacía
y, aún conmocionado, lo acojo quedamente.
Hay pájaros cantando que, invisibles,
reclaman la atención hacia las hojas
que el bosque solicita. A ras de suelo
lo roza una neblina sin raíces
Procuro no pensar. Quisiera devolverle
la familiar mirada con que el bosque nos mira.
Atento a lo contiguo, observo -me demoro-
la neblina inconsciente.
Juan Antonio Bernier, Así procede el pájaro, Valencia,
Pre-Textos, 2004
La vieja fe bíblica nos ha enseñado que el artista es un creador y no
un artesano (nos obligan ahora a releer la Poética
de Aristóteles que tan
maravillosamente tradujo Valentín Garcia
Yebra), pues la creación está maravillosamente inconclusa y, aunque la
reconciliación con la naturaleza se hace esperar, sabe que no es imposible. El
artista no sólo ordena. El paso del
χάος al κόσμος no es suficiente para explicar la belleza en su obra. Esto
implica que un arte que se quiera bello no puede ser reducido a la μίμησις. Más
bien hay encarnación y no puro
reflejo: aunque nos insistan, no estamos en un juego de espejo e incluso el ojo
maquinal—la cámara—fracasa cuando quiere captar la belleza como puro reflejo.
La belleza en la obra de arte tiene un aire de familia a esa respuesta, Antwort, que el ser humano eleva ante la
primera pregunta, Urwort, la llamada
a la existencia. Recalamos así en la playa del lenguaje—no sólo de las
palabras—para descubrir que el lenguaje
es la morada del ser (Heidegger,
sí, pese a todos mis espantos); pero Paul
Celan se asomó al brocal del viejo pozo, en la casa de la cabaña que el
Maestro Alemán había diseñado como pura forma para pensar. El suicida parisino escribió belleza:
TODTNAUBERG
Arnika,Augentrost,der
Trunk aus dem Brunnen mit dem
Trunk aus dem Brunnen mit dem
Sternwurfel
drauf,
in
derHütte,
die
in das Buch
—wessen Namen nahms auf
vor dem meinen?—,
die in dies Buch
geschriebene Zeile von
einer Hoffnung, heute,
auf eines Denkenden
kommendes
Wort
im Herzen,
—wessen Namen nahms auf
vor dem meinen?—,
die in dies Buch
geschriebene Zeile von
einer Hoffnung, heute,
auf eines Denkenden
kommendes
Wort
im Herzen,
Waldwasen,
uneingeebnet,
Orchis and Orchis, einzeln,
Orchis and Orchis, einzeln,
Krudes,
später, im Fahren,
deutlich,
deutlich,
der
uns fährt, der Mensch,
der's mi anhört,
der's mi anhört,
die
halb-
beschrittenen Knüppel-
pfade im Hochmoor,
beschrittenen Knüppel-
pfade im Hochmoor,
Feuchtes,
viel.
viel.
Árnica, alegría de
los ojos, el
trago del pozo con
el
dado de estrellas
encima,
en La
Cabaña
escrita
en el libro
—¿qué nombres
anotó
antes del mío?—
en este libro
la línea de
una esperanza,
hoy,
en una palabra que
adviene
de alguien que
piensa,
en el corazón,
brañas del bosque,
sin allanar,
satirión y
satirión, en solitario,
crudeza, más
tarde, de camino,
evidente,
el que nos
conduce, el hombre,
que lo oye
también,
las sendas
de garrotes a
medio
pisar, en la
turbera alta,
mojado,
mucho.
Paul Celan, Obras completas, Madrid, Trotta, 1999 (traducción de José Luis
Reina Palazón, que advierte, en nota, que la alegría de los ojos es una eufrasia. La palabra alemana que da
título al poema, que era la cabaña de Heidegger, puede remitirnos a la montaña de la muerte).
Leo el poema. Se me rompe el corazón
en mil pedazos y no podré reconstruirlo jamás. Sabré otra vez cómo se vive con
un corazón roto, pero ¿no es una experiencia universal? Quizás Heidegger, más
tarde, en el reposo de la Cabaña, se preguntase, como el padre del principio,
si el poeta no perdía irremisiblemente el tiempo, pues también la Belleza, de
la mano del arte en esta ocasión, ha de caminar más allá de la Nada. Ahora leería
con gusto Ofrecimiento, un
hermosamente triste poema de Vicente
Gallego (al que le ha dado por filosofar en los últimos tiempos) en Santa deriva, Madrid, Visor, 2002, pero
mejor, amigos, volved a Celan con toda su angustia, porque también las palabras
han de romperse—¿no fue el λόγος clavado en una cruz?—para que lleguemos a
decir algo que entiendan los sin esperanza. Sí, el arte es también lenguaje en
el sentido del hebreo ודב (dâbâr),
que no se reduce a lo dicho mediante palabras, como sucede también con λόγος o
con el arameo memra. Hay entonces en
la belleza que alcanzamos de nuestros interior, de nuestro ser, una verdad
teológica: pulchritudo perficit naturam,
non supplet. Así, no es pensable un mundo sin belleza y los intentos de
construcción de un mundo despojado de ella son a la vez los intentos de
destrucción de este mundo y de esta vida.
Sin embargo, parece cierto que lo feo ha acontecido en el arte. Incluso
hay quien ha dicho repetidas veces que el
instinto del arte moderno es matar la belleza… No sabría yo, sin embargo,
si semejante afirmación es cierta, pues acaso depende de lo que hoy llamamos arte; además, ¿cuándo se
produjo la entrada de la fealdad en el arte? Por cierto, nunca belleza y
fealdad se opondrán en el mismo nivel—aunque no sigamos la tradición
interpretativa agustiniana—ni con la misma fuerza: el trabajo de lo negativo siempre llega después, ¿no? La
destrucción del canon—de la que tanto
se han lamentado algunos y que otros simplemente constatan—es sencillamente
falsa, pues nunca el arte ha estado tan reglado como en nuestro días cuando
todo queda a merced del mercado y sus demandas.
Estas ideas, si merecen semejante
título, y otras muchas me han asaltado los últimos días mientras leía tres
libros muy diferentes, pero con un horizonte común. Los citaré según están
sobre mi escritorio: Ernesto Grassi,
Arte y mito, Madrid, Anthropos, 2012.
Carla Carmona, En la cuerda floja de lo eterno. Sobre la gramática alucinada de Egon
Schiele, Barcelona, Acantilado, 2013. Federico
Vercellone, Más allá de la belleza,
Madrid, Biblioteca Nueva, 2013. Es un atrevimiento que alguien como yo ose
hablar de la belleza y el arte; pero también es verdad que hace mucho tiempo
dejé de creer que los agrimensores pudieran medir el espacio: sólo nos dan lo que ya tienen, aunque
ése sea otro problema. Uno de los libros, no diré cuál, me parece un tanto
superficial; en todos sucede un poco que hacen de la obra de arte algo que debe
ser explicado (por el autor, por el especialista) hasta el punto de que sería
posible prescindir de la obra de arte y quedarse con el comentario; pero ya
advirtió Hegel que el arte debe ser superado en el concepto. Los tres son
presas, de una manera u otra, del espejismo heideggeriano del paso atrás: lo
dan, pero llevándose condigo todo el ajuar del siglo XX. Me ha molestado un
poco que, cayendo en lo fácil, la sevillana haya acabado usando a dios como un simple recurso literario;
no quiero imaginar lo que diría Trakl,
porque algo hubiese dicho:
KLAGE
Schlaf und Tod, die düstern
Adler
Umrauschen nachtlang dieses
Haupt:
Des Menschsen goldnes
Bildnis
Berschlänge die eisige Woge
Der Ewigkeit. An schaurigen
Riffen
Zerschellt der purpuren
Leib.
Und es klagt die dunkle
Stimme
Über dem Meer.
Schwester stürmischer
Schwermut
sieh ein ängstlicher Kahn
versinkt
Unter Sternen,
Dem schweigenden Antlitz der
Nacht.
QUEJA
Sueño y muerte, las lúgubres águilas
baten toda la noche su rumor en torno a esta cabeza:
a la imagen áurea del hombre
devoraría la onda helada
de la eternidad. En arrecifes tenebrosos
se destroza el cuerpo purpúreo
y la oscura voz se queja
sobre el mar.
Hermana de tempestuosa tristeza,
mira: una barca angustiosa se hunde
bajo las estrellas,
bajo la faz silenciosa de la noche.
Sueño y muerte, águilas de tiniebla,
rondan rumor de noche esa frente:
a la dorada imagen del hombre
parece engullir la ola helada
de lo eterno. En arrecifes estremecedores
púrpura el cuerpo zozobra.
Y se alza la oscura voz en su queja
de la mar.
Hermana en turbulenta pesadumbre,
mira una barca de angustia sumirse
entre estrellas
en el callado rostro de la noche.
Dejo dos traducciones. La primera
es de José Luis Reina Palazón, en Obras
completas, Madrid, Trotta, 1994. La segunda, algunos de cuyos versos me
hieren más, de José Luis Arántegui y se encuentra en Insólitos, blog de
Joaquín Piqueras.
Los libros
se leerán con provecho, sobre todo el de Vercellone (quizás no en vano es
editor de Manfred Frank). Me
sorprende la negativa de los tres a considerar (por prisas, falta de espacio o
simple desconocimiento) el impacto que la fe cristiana llevó a cabo en la
belleza, pues llegando de un severo aniconismo aceptó la encarnación y su representación.
De todos modos, dan que pensar y, sobre todo, a mí me han invitado a seguir
buscando la belleza, a continuar mirando arte. Sé, empero, que todos mis
esfuerzos naufragarán y que nunca llegaré a la playa; pero ¿no es una
permanente zozobra la herencia del siglo XX? Siempre llevaré conmigo algunas
palabras; entre ellas, las de Benjamin: sólo
por los sin esperanza no es dada la esperanza. No hay camino de regreso;
nadie se conforma cuando espera al Mesías y esto dice también algo del arte y
de su contenido escatológico: no sólo capacidad de transfigurar lo dado,
mirando su fondo más allá de las apariencias, sino incluso, anticipadamente,
viendo la transfiguración de lo real. ¿No es eso el maravilloso Patizambo de
Ribera? Allí donde otros sólo son capaces de ver deformidad, el artista revela
la belleza de un rostro humano que no sólo nos sonríe, sino que nos hace más
humanos, nos devuelve la dignidad diciéndonos quiénes somos, pues al fin y al
cabo a la obra auténtica, con aura si queréis, no le importa demasiado lo que
nosotros, pobres, pensemos de ella; sino lo que ella dice de cada uno de
nosotros anticipándonos el Octavo Día.
Aprender a
mirar es para nosotros lo primero: dejarse mirar por la obra, esto es verla,
mucho antes que colocarse a los pies de los intérpretes, pues éstos acaban convirtiéndola
la más de las veces en un objeto inanimado capaz de servir para cualquier cosa.
Es mejor responder con el camarero a Federico: “No lo entiendo [El romancero gitano], pero me gusta”.
Durante más de mil años el Crucificado ha estado observándonos desde su abyecta
belleza y nosotros hemos contemplado su sufrimiento transfigurado en belleza: ¿habremos
aprendido algo? Nos salvará la belleza.
Gracias a
los que me han leído hasta aquí. Estoy cansado y confieso con rubor que mis
palabras son vanas y nunca están a la altura. También es cierto que soy más
bien bajo… Ahora, me retiraré
a los Ródopes. Y termino con un vídeo, porque suena mi nombre dicho con afecto,
porque la actriz es muy hermosa y porque, aunque he preferido siempre a George,
me encanta Paul:
Nosotros, los judíos; nosotros, los griegos.
לשנה הבאה בירושלים הבנויה
Shalom.
3 comentarios:
Su disertación sobre la belleza me hace pensar. No obstante, intentaré leer algo de lo recomendado.
En cuanto al vídeo: nos ha dejado con la hermosura de N. P. y el gozo de oír su nombre pronunciado con amor; sin embargo, para los que no somos políglotas, saber lo que se dice no está exento de importancia. Muy claro. Más de la que usted pudiera pensar.
https://www.youtube.com/watch?v=ErfZAi4amAM
(Lo siento, es lo que he encontrado: la “indiscutible” belleza de N.P. hay que compartirla con la “discutible” de J. D.)
Empiezan los verdaderos rigores climáticos, resuenan las fanfarrias de fiesta y, para colmo de males, Vd. echa el cierre, ya insinuado en el "post" anterior- a su gacetilla. Uno no está para tanto disgusto acumulado. En todo caso, gracias por esta aleccionadora y ¿última? entrada, en la esperanza del regreso (también Roth, Philip, que no Joseph, y Alice Munro han anunciado el cese de su escritura). Saludos.
no acabes una escritura sin el hecho de emocionar a tus lectores ya que con esto nos dejas a todos con el corazón en el pecho ya que somos como aves en el filmamento que necesitamos sus alas para poder alzar las nuestras.
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