domingo, 28 de abril de 2013

Martha Asunción Alonso


ÚLTIMO ADONÁIS




Siempre quise ser Suscriptor de Honor de Adonáis. Como no me han hecho, me conformo desde hace muchos años llevándome a casa los premios que años tras año se fallan y que, cosa curiosa, con frecuencia aciertan al indicar quién puede ser porque, de hecho, es ya. No sólo el Premio Adonáis, conste, sino también el San Juan de la Cruz. El primer Adonáis se convocó por primera vez, en rigor, en 1947, aunque unos años antes ya se habían concedido unos premios de similar nombre. Es, sin embargo, 1947 el verdadero arranque de la historia, ¡y qué arranque! pues fue Alegría, de José Hierro, el primer poemario que alcanzó el éxito:

OTOÑO

Otoño de manos de oro.
Ceniza de oro tus manos dejaron caer el camino.
Ya vuelve a andar por los viejos paisajes desiertos
ceñido tu cuerpo por todos los vientos de todos los siglos.
Otoño, de manos de oro:
con el canto del mar retumbando en tu pecho infinito,
sin espigas ni espinas que puedan herir la mañana,
con el alba que moja su cielo en las flores del vino,
para dar la alegría al que sabe que vive
de nuevo has venido.
Con el humo y el viento y el canto y la ola temblando
en tu gran corazón encendido.

            ¿Se pudo comenzar la andadura con más tino? Los años siguientes, me parece, no desmerecen, pero no alcanzan a señalar a alguien de la significación de José Hierro. En 1951 otro gran poeta, que contaba entonces con poco más de veinticinco años, recibe el galardón: Lorenzo Gomis, que durante años dirigió El Ciervo, ganó el Adonáis por su poemario  El Caballo. En él percibimos una sensibilidad poética diferente, más cercana a la de Hierro, menos formalista y anclada en la tradición que los premios de los años anteriores. En el año cincuenta y cuatro recibe el Premio el José Ángel Valente por A modo de esperanza en el que encontramos en embrión todo lo que Valente será. Ese mismo año Carlos Murciano recibe el accésit del Adonáis; si leemos en paralelo a los dos premiados, percibimos dos estilos diferentes, pero ambos con futuro. Si Murciano está hoy un poco olvidado, no se debe tal cosa a su poesía, sino a la inconstante fama literaria.  En 1955 gana el premio Javier de Bengoechea por Hombre en forma de elegía, poemario construido básicamente con sonetos. Tengo un ejemplar delante de mí, regalo de un antiguo amigo, como mis primeros ejemplares:

JUSTIFICACIÓN DE LA TIRADA.
De esta primera edición de HOMBRE EN FORMA DE ELEGÍA, de Javier de Bengoechea, se han hecho 880 ejemplares en papel de edición y 120 ejemplares en papel especial, de los cuales setenta (numerados del 1 al 70) para los suscriptores de lujo de ADONAIS, y cincuenta (numerados del I al L) para los suscriptores de honor.

            La verdad es que me suena extraño la expresión suscriptores de lujo; en cuando al papel de edición hoy, muchos años después, sabemos que es de baja calidad y amarillea: el lujo de los pobres es conservar los ejemplares baratos sin que se deshagan, pese a las pastas mal pegadas. Entre los suscriptores de honor descuellan como un alcázar algunos grandes nombres: José Luis Cano, Vicente Aleixandre, José A. Muñoz Rojas, Florentino Pérez Embid (a quien debe tanto la colección de poesía Adonáis)…

     Los ejemplares de honor de ADONAIS [no ponían la tilde entonces], que van numerados e impresos en papel offset especial, llevan el nombre del suscriptor y una dedicatoria del poeta.
     Esta suscripción es limitada a cincuenta ejemplares, y su importe trimestral, correspondiente a tres volúmenes de la colección, es de cincuenta pesetas.

            El pobre poeta escribiendo cincuenta dedicatorias. Lo hago emocionado al dirigirse a don Vicente Aleixandre, pero confuso al escribir algunos nombres que han caído en el olvido. Vayamos con un poema, el que abre el libro:

POR DENTRO

El hombre, por dentro, es
nada, polvo disfrazado.
Queda en eso, bien mirado
si se le mira al revés.

Hondo, subterráneo cauce
de angustia, ¿de qué?, repleto.
Por dentro, tronco, esqueleto.
Por fuera, gesto de sauce.

Verdad interior: memento,
segurísima basura.
(Su muerte no tiene cura:
es muerto de nacimiento.)

--Pero, ¿la sangre, el amor
la rosa de esa mejilla?
Engañosa maravilla
de algún esqueleto en flor.

            Como se entiende fácilmente, y lo digo con todo respeto, este poema está hecho para los suscriptores de lujo, no para nosotros, mortales, que recibimos el ejemplar en papel de edición y, aunque lo leamos dos veces, nos quedamos perplejos, pues al menos cinco años antes Luis Rosales había publicado un poemario magistral, La casa encendida, que a mi modestísimo entender cambió, en la estela de Dámaso, el modo de entender la poesía.

            El siguiente premio que está en mi poder, debido a la generosidad de la misma persona, es el Premio de 1957 (Adonais sigue sin tilde): Carlos Sahagún, Profecías del agua. Me gustaría saber, pero no consta, si quedaba algún miembro del jurado de los años anteriores, pues aquí encontramos mucho más nervio, más vida, más nosotros nacidos después de que se apagasen las estrellas. Incluso manteniendo las formas—nunca hay que perderlas—, el poeta es capaz de conmovernos:

Te bautizaron para amar la rosa
y apretarla en las manos algún día,
como sólo tú sabes. No podía
suceder, en tus manos, otra cosa.

Otro milagro y otra oscura fosa
para enterrar en ella tu alegría.
Muchacho, el llanto es llanto todavía;
el agua es triste y la tristeza hermosa.

Mañana se despiertan los rosales.
Mañana irás, y ya no habrá ni flores
ni pájaros que canten. Se habrán ido.

Por todos tus pecados capitales
la tarde, entre gastados resplandores,
caerá, como caes tú. Como has caído.

            Esta tristeza, del color de las tardes rosas a las que cantaba Carlos Cano, me trae a la memoria a un muchacho de dicieséis años hace más de treinta y cinco: era poeta, tal vez aún lo es, porque no se deja de ser lo que se es por nacimiento. Carlos Álvarez Mateos se llama, tiene los ojos grises y hace años que la tristeza inundó su alma.

            Vinieron otros, cuyos nombres hacen vibrar las cuerdas del espíritu; entre ellos Francisco Brines, que ganó el Adonáis un año maravilloso, por Las brasas, que personalmente no me entusiasma, pero al que no dejaré de reconocer méritos, entre ellos algunas imágenes estremecedoras, como la del viejo al que no le suben las lágrimas. Desgraciadamente, no tengo ningún ejemplar de Las brasas (y sí es que esté pidiendo uno, por favor). El año de mi nacimiento, el inigualable 1960, recibió el premio Mariano Roldán por Hombre Nuevo, un una colección de poemas de tono intimista, marcada, me parece, por el estilo dialogal de Luis Rosales. Es un buen poemario para el año de mi nacimiento y, por fortuna, tengo un ejemplar. En los años posteriores aparecen nombres con tal fuerza que hasta cuesta pensar que también ellos hubieron de abrirse camino. Citaré a uno de los poetas que más me emociona, Antonio Colinas, que recibió un accésit por Preludios a una noche total allá por 1968. Tenía veintidós años: ¿estaría ya calvo? ¿Su sonrisa sería tan apaciblemente hermosa? Lo único que puedo decir es que escribía, y bien. Le llegaría el premio a Pureza Canelo, pero también (¡lo tengo! ¡Qué fortuna!) a Eloy Sánchez Rosillo por Maneras de estar solo. Para entonces la sabia mano de José García Nieto, cuya Carta a la madre siempre recordaré, se hacía presente en el jurado (como ahora la de Eloy Sánchez Rosillo).

DEJADME AQUÍ

Dejadme aquí, sumido en la penumbra
de esta habitación en la que tantas horas de mi vida transcurrieron.
Es tarde ya. La noche se aproxima
y hoy –no sé por qué- más que otras veces necesito
quedarme sólo y recordar muy lentamente
algunas cosas del pasado,
ciertas historias ya casi perdidas,
mientras el sol se aleja y la ciudad va hundiéndose en la sombra.

            Sé qué faltan muchos nombres, pero no puedo cumplir hoy con la justicia. Sólo, antes de proseguir, quiero recordar a un poeta que me honró con su amistad producto de nuestro mutuo amor a los libros: Carlos Vaquerizo Torres, que alcanzó el Adonáis (he dicho alcanzó como quien corona una cima) por Fiera venganza del tiempo, al que algún crítico maltrató injustamente.

          Ahora con La soledad criolla delante, premio Adonáis 2012, escrito por la madrileña Martha Asunción Alonso debo decir que, si dentro de cuarenta años alguien como yo, cegado por la luz de la belleza, hace memoria de la poesía, deberá recordar al menos algunos versos de este poemario. La naturaleza, el sentimiento de estupor y asombro, el sentido como una realidad que nos supera, todo eso se hace presente en La soledad criolla, cuyos versos, libres, están llenos de ritmo. Leed siempre la poesía en voz alta. Si es cierto que una bandera puede convertirse en una alambrada, también lo es que Martha Asunción ha sabido romper con sus palabras, su compás negro, otras alambradas no menos dolorosas. Como he escrito ya mucho diciendo tan poco, sólo añadiré que me ha emocionado y que nublos de agua, turbiones de luz llenos de palabras, han asomado a mis ojos. Sin duda, tenemos delante a una gran poeta (no diré poetisa ni bajo amenazas, ni con coacciones, ni bajo tortura) que sabe aludir a lo que no puede ser dicho y, sin embargo, nos esforzamos en decir como las olas intentan conquistar la inalcanzable arena blanca de las playas.


ME ARRUGARON LOS MAPAS

Si alguien me ve pasar, que me lo diga.
Yo no sé a dónde voy, con qué piernas salí
esta mañana de mi casa,
ni qué casa.
De las velas sopladas crecieron muy temprano
los insectos, yo vi soles en minuatura tatuados en sus
alas.
Tomaron el control de mis zapatos,
mi sexo,
los lunares que fui capaz de amar cuando era virgen.
Me arrugaron los mapas. Ahora
debo andar por el mundo en hueso vivo,
como alma que se llevara un ángel
colocado de crack.
Si alguien me ve llorar, NO
me lo diga.

TOCARTE

Tanto poema por no poder tocar,
tener manos pequeñas para tu corazón.
No alcanzo aquel columpio de las fotografías,
universos simétrico, las dobles
sombras rubias. Te recuerdo pasando las hojas
de tu vida. Y una nube de té.
Entonces nos conocíamos apenas.
Tampoco eso ha cambiado, ni mi altura:
es demasiado el aire y yo no alcanzo,
no alcanzaré jamás a darte agua.
Créeme si te digo
que no quise tocarte de otro modo.
Como quien llena un vaso,
como si de tus sueños dependieran
los nenúfares. La piel
nunca fue lo importante.

            Supongo que Martha Asunción ya estaría asombrada por los nombres inscritos en el libro de la poesía.

Shalom.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Grandes poetas a veces para pequeños premios.