domingo, 3 de febrero de 2013

William T. Cavanaugh


LA RELIGIÓN DEL CONSUMO



Son noches de silencio.
Voces que claman en un espacio infinito;
 un silencio del hombre y un silencio de Dios.

 (Frei Tito de Alencar)

En la estela del Concilio Vaticano II surgió en Latinoamérica la Teología de la Liberación cuyo primer nombre conocido, al menos por estos pagos, fue el de Gustavo Gutiérrez, a cuya alargada sombra maduraron un buen número de teólogos. Ciertamente, el pensador peruano había recibido su formación en Europa (en los años cincuenta ¿había acaso otras teologías? Es verdad que las iglesias ortodoxas elaboraron las suyas, pero eran también europeas pese a centrarse en la luz tabórica) y en el Viejo Continente había entrado en contacto con los grandes movimientos preconciliares y, sobre todo, con los teólogos dominicos de Le Saulchoir, guiados por aquella excelente persona que fue M.-D. Chenu. Teología de la liberación se publicó, si no me falla la memoria, en 1971 y su impacto en los ambientes teológicos europeos y latinoamericanos fue inmediato. Son de sobra conocidos los avatares de la teología y de los teólogos de la liberación, algunos de los cuales pagaron con sus vidas la causa del Evangelio. Me ha venido a la memoria, y me ha llenado de emoción, el recuerdo del dominico brasileño Frei Tito de Alencar, con quien Sérgio Paranhos, jefe del DOPS en São Paulo, se ensañó durante varios días en interminables sesiones de tortura. Todos sabemos cuál fue el triste final de Frei Tito en París, adonde había acudido para refugiarse y donde recibía tratamiento psiquiátrico, pues la tortura le había dejado secuelas, irreparables en nuestro mundo. También podemos recordar a Ignacio Ellacuría y compañeros, a quienes ya he mencionado en esta gacetilla. A Medellín siguió Puebla y muchas de las esperanzas que fueron puestas en el desarrollo de la Teología de la Liberación [1] fueron arrancadas por las autoridades eclesiales, tan ciegas como torpes. Durante el pontificado de Juan Pablo II numerosos teólogos fueron puestos en entredicho [2]. Si la Teología de la Liberación ponía en peligro los intereses de los gringos en Iberoamérica, como dijo un diplomático gringo tras el Sínodo de Medellín, no cabe duda que infundió esperanza y no sólo en el Nuevo Continente. Sin duda, muchos han sido aplastados; pero sembraron una semilla que florece aquí y allá. Nadie puede poner en duda, por ejemplo, que el Evangelio implica una opción por los pobres y que la crítica económica y social forma parte integrante de la Teología Fundamental.

            He leído con atención el libro de William T. Cavanaugh, Ser consumidos. Economía y deseo en clave cristiana, Granada, Nuevo Inicio, 2011. Me parece que de este teólogo gringo he comentado Imaginación teo-política, aunque tal vez haya sido en otro lugar. Aborda en esta obra la cuestión de las implicaciones económicas de la fe cristiana llevando a cabo una crítica del sistema económico capitalista (especialmente en la versión que de él hizo Friedman). Ser consumidos está estructurado en cuatro capítulos, que podrían leerse por separado, aunque quizás esto hiciera perder la visión globalizadora que Cavanaugh da a su reflexión, que debe mucho, aunque no se les mencione, a los teólogos de la liberación. En el primer capítulo, libertad y ausencia de libertad, trata el problema de la libertad, que parece ser el bastión defensivo de los liberales, representados por la escuela de Friedman. El teólogo acude a la obra de san Agustín para mostrar que no es suficiente un concepto negativo de libertad y que ésta ha de enfocarse, so pena de volverse del todo irrelevante, desde la cuestión del sentido último de la existencia. En el segundo capítulo reflexiona el autor sobre la paradoja de la sociedad de consumo que, supuestamente apegada a los objetos, sólo sobrevive merced a un desapego constante. Los dos últimos capítulos están dedicados a una valoración teológica de los procesos de globalización y al tema de la escasez. Me han parecido especialmente interesantes las reflexiones sobre el Cuerpo de Cristo en la configuración de una identidad individual no cerrada (cuyo último arquetipo se encuentra en la noción cristiana de Dios Trinidad, que incluye la diferencia y no es un monoteísmo al uso). En esto el autor se ha servido con amplitud de la obra de uno de los grandes teólogos del siglo XX, Hans Ur von Balthasar, cuya obra siempre merece una segunda lectura. Ser consumidos da que pensar y permitirse asomarse a algunos de los problemas que suelen estar ausentes de los libros de teología al uso [3]. Su lectura hace ver que la teología es aún una disciplina viva, capaz de imbricarse en la realidad para transformarla.

            Sin embargo… ¿no le falta mordiente crítico? A principios de los años ochenta, siguiendo el pensamiento de W. Bemjamin, Horkheimer y Adorno, pero también a J. B. Metz, J. Moltmann, Porfirio Miranda y Tomás de Aquino, me dio por analizar el desarrollo del concepto burgués de libertad en las sociedades capitalistas tal como había planteado en la Ilustración. De mi análisis deduje que la libertad tal como se concebía popularmente en nuestras sociedades no era sino la traducción del libre mercado y de la libre competencia. Éste es un hecho que me parece incuestionable y no se necesita ser marxista—aunque tampoco es un inconveniente—para llegar a semejante conclusión. De hecho, sigo pensando que el concepto burgués de libertad (se le puede llamar instrumental si se prefiere) conduce necesariamente a un tipo pernicioso de ateísmo, por cuanto que ve a todo otro como un límite, como un obstáculo. Dios aparece en ese horizonte como un límite y, por ello, como algo que debe ser removido. De ahí que las teologías que han propugnado un “encogerse” de Dios para hacer sitio a su creación me merezcan un juicio severo: entiende que Dios (queriéndose referir a Dios) concurre con el ser humano; pero Jesús está más cerca de Prometeo y de Sísifo que de Zeus, si se me permite hablar así. Sólo si se piensa un concepto de libertad alternativo (es decir, real), sólo entonces podremos empezar a hablar de felicidad (moralidad, dicen los antiguos). El fondo de la cuestión es tal vez algo en lo que Cavanaugh no se ha atrevido a entrar: el consumo como culto religioso que vive de la permanente frustración de los individuos, pues sólo puede sobrevivir si falsea lo que promete. Es evidente que nuestro sistema económico es altamente injusto: muchas industrias emplean mano de obra en condiciones de esclavitud e incluso una célebre marca de calzado deportivo anunció hace unos años, ¡oh, victoria!, que dejaría de usar mano de obra infantil esclavizada… ¿No es suficiente? El capitalismo es capaz de asimilarlo todo, porque no retiene nada: ¿quién vende imágenes del Crucificado, del Che o de Nietzsche junto a carteles de cantantes, desaforados representantes del Mercado (sí: con mayúscula)? El capitalismo tardío—el consumismo—genera sus dioses, sus textos sagrados, tiene sus objetos de culto, sus ritos, sus sacerdotes y sus templos; pero el devoto jamás alcanzará lo que se le promete: beber coca-cola no da felicidad y me puedo imaginar perfectamente a un monstruo como Sérgio Paranhos bebiendo esa cosa mientras sometía a tortura a alguno de los seres humanos que tuvieron la desgracia de caer en sus manos. Alguien malintencionado, no yo, válgame el Cielo, podría decir que en los anuncios sale tanta gente mirando a lo alto no porque busque a Dios, sino para no ver sus pies manchados de la sangre de los inocentes. La reificación de los valores (perdón por esta palabra) acontece en el marco de la religión consumista como mecanismo de conservación o, si se prefiere otro lenguaje, de retroalimentación. El capitalismo tardío sólo sobrevive volviendo irrelevantes todos los valores, pues necesita convertirlos en mercancía; es decir, en algo que tenga un equivalente privándolos así de su kantiana condición. Ser consumidos nos puede hacer pensar en todo esto, pero debemos tal vez radicalizar el pensamiento porque nos estamos jugando a nosotros mismos.

            Shalom.



[1] Posteriormente, debido al surgimiento de teologías de la liberación en Asia o en África, se ha hablado de Teología Latinoamericana de la Liberación.

[2] Incluso Gustavo Gutiérrez, que recurrió a la triquiñuela de ingresar en la Orden de Predicadores para retrasar su juicio en Roma.

[3] Es preocupante el descenso no sólo en número, sino también en calidad, de la producción teológica. ¿Consecuencia de los movimientos involucionistas en el seno de la Iglesia? Yo no tengo muchas dudas sobre el asunto.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy a mi pesar, y después de profundas reflexiones, me resulta imposible responder a la pregunta sobre quién es Bartleby, quién es usted, quién soy yo... No obstante, gracias: ¡por fin he leído algo pendiente desde el 2010!.
Sobre LA RELIGIÓN DEL CONSUMO. No le hablaré de teólogos, ni de cristianismo, ni mucho menos de Dios...y quizás -quizás uno- no lo haga por mi profundo desconocimiento sobre los dos primeros y mi "versión personal y experiencial" sobre Dios. En definitiva, sólo quería compartir con usted lo siguiente:

http://graffica.info/2011/08/25/tienen-las-agencias-de-publicidad-moral/#.UQ63wgW7HyU.facebook

Valentín J. Ansede Alonso dijo...

Muchas gracias por el enlace y, sobre todo, por su comentario.