LA PESTE
No me refiero a la obra de Albert Camus, desde luego; tampoco a la
enfermedad que aterrorizó a Europa durante el siglo XIV. Uso el título en la
quinta y sexta acepciones que nos ofrece el DRAE; es decir, hablaré un poco de
psicólogos, pedagogos, psicopedagogos y especies semejantes, además de los
periodistas. Habrá quien piense que remedo a Karl Kraus, pero es imposible estar a su altura: el vienés sabía
poner en su sitio como mucho más estilo a los demagogos del siglo XX. Lo he
dicho en otras ocasiones: corruptio
optimi pessimi.
La lengua perteneció durante siglos
a los hablantes; éstos decidían y en
muchos casos aún sigue siendo así [1]. Los totalitarismos del siglo XX
descubrieron que un método eficaz de controlar a la gente era controlar el
lenguaje. G. Orwell lo enunció con
clarividencia en 1984. El nazismo y el comunismo lo pusieron brutalmente en la
práctica [2]. Ciertamente, nuestro mundo está edificado con palabras:
controlarlas es someternos. Los
modernos, ya hipermodernos o postmodernos o ultramodernos, también ha hollado
esa senda totalitaria y llegan a decretar
la forma de hablar para obligar a pensar. Cuentan con el apoyo inestimable de
algunos periodistas dispuestos a exaltar todo lo que sea estupidez mientras
pueda venderse.
(El lector inteligente puede
saltarse el párrafo que sigue).
La
historia es conocida por todos: el célebre profesor Espermólogo, psicolingüista,
pedagogo, psicólogo y tertuliano, aterrizó en el planeta Tierra para examinar
sus lenguas y tuvo el hombre la mala suerte de poner sus pies en España. ¡Qué
horror! (no lo decía por los bajos índices de lectura), ¡qué espanto! (no lo
exclamó por el descuido con la naturaleza y el patrimonio histórico), ¡qué
atraso! Se encontró con la lengua profundamente sexista: la lámpara estaba
siempre colgada (es decir, pendiente) del techo; la alfombra era pisada por los
pies y la mesa, ¿qué decir de la mesa sobre cubierta por el mantel y sobre la
que se colocaban los platos, los vasos y los cubiertos. Sólo en determinadas
circunstancias las clases altas accedían a colocar las copas… Espermólogo salió
a la calle y descubrió indignado que el Sol tenía luz propia mientras que la
Luna sólo podía reflejar la luz del varonil astro. Gritó: “¡Discriminación!”
(que, por cierto, es femenino, marca de discriminación, que es femenino, marca
de discriminación, que es femenino, marca de discriminación… ¡perdón, lector!)
y congregó a una legión de psicólogos, pedagogos y psicopedagogos para una
verdadera cruzada contra el sexismo del español (masculino). Con el apoyo/la
apoya de los periodistas/las periodistas, (la coma es también el como; el
punto, la punta y así/asá, conste: no se
me vaya a criticar) hicieron estragos/estragas: aparecieron las jóvenas, las
juezas, las albañilas, las miembras… Quienes se negaron a usar aquel
vocabulario/aquella vocabularia nuevo/nueva y rompedor/rompedora, sexualmente
equilibrado/equilibrada, defensor/defensora del igualdad/la igualdad, fueron
techados/tachadas de moralmente deleznables/deleznablas, malos/malas,
carcos/carcas… Los hombres y las mujeres estaban sobrecogidos y sobrecogidas,
atónitos y atónitas; algunos abrieron sus bocos/bocas para sumarse a este
político/esta política del igualdad/ la igualdad. Fueron felices y felizas para
acabar comiendo perdices y perdizas (aunque aquí Espermólogo tuvo sus
dudos/dudas, porque ¿era bueno/buena comer perdizas?). Al menos, dejó en paz a
los ovejos y a los cabros, que pudieron descansar siendo ovejas y cabras por un
tiempo/una tiempa. El nuevo español/la nueva española fue construyéndose con
asombroso/asombrosa rapidez/rapideza y acabando/acabanda con el marginación/la
marginaciona de las mujeres a un ritmo/una ritma talo/tala que nadie/nadia
entendía algo/alga, ni un/una solo/sola palabro/palabra. Todo/toda funcionó por
contagio/contagia y quienes/quienas usaban el/la lenguo/lengua del/de la
antiguo/antigua modo/moda empezaron a sentirse incómodos/incómodas y a recular
en sus posiciones/posicionas. Los niños y las niñas aprendían sin mucho/mucha
dificultod/dificultad el/la nuevo/nueva lenguo/lengua y, aunque no se entendían
entre ellos/ellas hablaban con claridod/claridad increíble/increíbla. Vinieron/vinieran
siglos/siglas de esplendor/esplendora paro/para todos/todas los/las
habitantes/habitantas de/da aquel/aquella país/paísa. Los/las
editoriales/editoriales hiceron/hicieran su agosto/agosta porque/porca los/las
libros/libras teníon/tenían mós/más páginos/páginas y, consecuentemente/consecuentamente,
podíon/podían ser/sera vendidos/vendidas o/a un/una mayor/mayora precio/precia.
El profesor Espermólogo descubrió un/una dío/día que los nabos podían ser nabas
y las almejas, almejos; semejante/semejanta descubrimiento/descubrimienta le
llenó de alegrío/alegría. Toquemos/toquemas los/las palmos/palmas y
acabamemos/acabemas este/esta insoportable/insoportabla párrafo/párrafa que
me/ma duele/duela el/la cabezo/cabeza.
(Amigo lector, ¿no te has saltado el
párrafo? Concluye).
Malditos sean por toda la Eternidad
los que destruyen nuestra lengua.
Basta con leer algunas circulares o
escuchar, simplemente escuchar, cómo la peste se extiende y con frecuencia nos
contagia sin que nos demos cuenta. No obstante, contra esta peste hay un vacuna
infalible: la inteligencia (sí, ya sé qué supone decir esto y quiero pecar de
cruel). Los tontos de siempre han encontrado un juguete nuevo y sólo serán
dichosos si todos nos volvemos tontos. ¡Ánimo, que por lo visto, no es tan
difícil!, aunque han jugado con ventaja pues comenzaron por los más fáciles:
periodistas y políticos, partidarios de la jerga, suculento festín de estúpidos
al que pronto se apuntan los agrimensores.
El
prisma del lenguaje, repleto de ejemplos que harán las delicias del lector
curioso, nos enseña a poner en duda algunas de las ideas en boga. Deutscher,
que no se siente especialmente inclinado a dar la razón a las modas, nos hace
reflexionar—más bien, nos obliga—sobre la influencia de la cultura sobre la
lengua, la complejidad de las lenguas o la importancia de la lengua materna en
las maneras de pensar. Escrito con brillantez, pese a sus reiteraciones, la obra está dividida en dos partes (la lengua como espejo y la lengua como prisma) y buena parte de
ambas está dedicada al problema de los colores (Gladstone, un verdadero man
for all seasons), pero también se trata de cómo las lenguas ubican a los
objetos y a los hablantes en el espacio y hay un capítulo dedicado al sexo y la sintaxis, que me ha servido para dar la tabarra a quien
haya leído este comentario.
Personalmente, me parece que toda
lingüística es siempre una metalingüística y ésa es una de las razones por la
que a los sediciosos filósofos les gusta reflexionar sobre la lengua. Sin duda,
Deutscher está en deuda con muchos—desde Sapir
a Jakobson pasando por el combativo Chomsky, Heidegger o Wittgenstein--,
pero me ha sorprendido bastante, quizás porque sólo soy un aficionado, la
ausencia de cualquier referencia explícita a Saussure, ausente incluso de la bibliografía: ¿manías anglosajonas
u ocultamiento estratégico? Los problemas del lenguaje, como los de la
metafísica—por no hablar de la patafísica--, nunca se resolverán de manera
satisfactoria precisamente porque el hombre es el animal del logos y para todo lo que dice o piensa necesita palabras
(signos, si se prefiere). El libro de Deutscher me ha hecho pasar un buen rato;
he aprendido y ha reafirmado mi convicción de que debemos cuidar el tesoro de
nuestra lengua: es una exigencia moral no dejarlo en manos de psicólogos,
pedagogos, periodistas o agrimensores.
Y para quien no lo sepa,
“espermólogo” es el calificativo con el que los atenienses castigaron a Pablo
de Tarso después del discurso el Areópago. El espermólogo era un pájaro cuya
voz podía parecer humana, aunque sus sonidos carecían de significado. Pasó a
significar “charlatán”.
Shalom.
[1] Medítese
en el significado nada piadoso que ha adquirido el término “hostia” para los
hablantes de España, aunque no en otros territorios de habla española. Escuchar
a un comentarista de la televisión mejicana retransmitir una ceremonia
comentando “el Papa en persona baja a
repartir hostias” no dejará de dibujar una sonrisa en nuestros labios por
más piadosos que seamos.
[2]
Recuérdese el libro de Victor Klemperer;
pero
también las experiencias de Paul Celan,
a quien en no pequeña medida se debe el rescate del alemán, y las observaciones
que hizo George Steiner.
2 comentarios:
Bravo!!
"Malditos sean por toda la Eternidad los que destruyen nuestra lengua".
El lector y escritor inteligente, el que aplica las normas de la Real Academia de la Lengua, puede saltarse el párrafo que sigue.
INTERROGACIÓN Y EXCLAMACIÓN (SIGNOS DE). 1. Los signos de interrogación (¿?) y de exclamación (¡!) sirven para representar en la escritura, respectivamente, la entonación interrogativa o exclamativa de un enunciado. Son signos dobles, pues existe un signo de apertura y otro de cierre, que deben colocarse de forma obligatoria al comienzo y al final del enunciado correspondiente; no obstante, existen casos en los que solo se usan los signos de cierre (→ 3a y d).
Los signos de apertura (¿ ¡) son característicos del español y no deben suprimirse por imitación de otras lenguas en las que únicamente se coloca el signo de cierre: Qué hora es? Qué alegría verte! Lo correcto es ¿Qué hora es? ¡Qué alegría verte!
3. Usos especiales
a) Los signos de cierre escritos entre paréntesis se utilizan para expresar duda (los de interrogación) o sorpresa (los de exclamación), no exentas, en la mayoría de los casos, de ironía: Tendría gracia (?) que hubiera perdido las llaves; Ha terminado los estudios con treinta años y está tan orgulloso (!).
b) Cuando el sentido de una oración es interrogativo y exclamativo a la vez, pueden combinarse ambos signos, abriendo con el de exclamación y cerrando con el de interrogación, o viceversa: ¡Cómo te has atrevido? / ¿Cómo te has atrevido!; o, preferiblemente, abriendo y cerrando con los dos signos a la vez: ¿¡Qué estás diciendo!? / ¡¿Qué estás diciendo?!
c) En obras literarias es posible escribir dos o tres signos de exclamación para indicar mayor énfasis en la entonación exclamativa: ¡¡¡Traidor!!!
d) Es frecuente el uso de los signos de interrogación en la indicación de fechas dudosas, especialmente en obras de carácter enciclopédico. Se recomienda colocar ambos signos, el de apertura y el de cierre: Hernández, Gregorio (¿1576?-1636), aunque también es posible escribir únicamente el de cierre: Hernández, Gregorio (1576?-1636).
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