miércoles, 28 de septiembre de 2011

Gonzalo Hidalgo Bayal


CINCO RELATOS. CINCO.




            He hablado aquí al menos en dos ocasiones de Gonzalo Hidalgo Bayal, escritor cacereño (desconozco el patronímico de los nacidos en Higuera de Albalat [1], lugar de nacimiento del escritor) que ha atravesado recientemente la frontera de los sesenta años. Comenté, si no me equivoco, Campo de amapolas blancas, una deliciosa novela corta, y el auténtico festín literario que es El espíritu áspero. Hace una semana más o menos tropecé en la sección de novedades de una librería de la Heroica Ciudad con un nuevo libro de don Gonzalo, Conversación, Barcelona, Tusquets, 2011,  un compacto conjunto de cinco relatos breves o cuentos si así los prefiere llamar el lector. Hidalgo Bayal sería un escritor igualmente bueno aunque siguiese publicando sus libros en editoriales de escasa distribución, pero nosotros debemos agradecer a Tusquets que nos haya permitido acceder con cierta facilidad, por decirlo así, a las obras del escritor cacereño [2].

            Un relato, corto o largo, necesita una historia que lo sustente, pero su valor viene determinado, me parece, por la calidad narrativa. Dicho de otro modo: me encantan escuchar las historias de los niños, llenas de fantasía, pero eso no hace a los niños buenos novelistas. Las historias de un célebre corresponsal pueden ser magníficas, pero algunos pensamos que sigue necesitando aprender a escribir y dejar de lado los recursos fáciles. En este dichoso país, que ha parido durante más de mil años su lengua, tenemos la suerte de tener escritores prodigiosos; de hecho, me parece que cada lengua está a la espera de un escritor prodigioso y que es un drama que cada día desaparezcan del mundo algunos idiomas. Sé que no está de moda decirlo, pero las lenguas son un tesoro que debe ser protegido; de lo contrario estamos a merced de mercado puro y duro [3]. Gonzalo Hidalgo Bayal, a quien prefiero llamar don Gonzalo por respeto a su labor docente, reúne ambas cualidades: tiene historias que contar y sabe contarlas, ¡y vaya si sabe! Sólo un par de autores españoles actuales saben manejar nuestro idioma con la maestría de don Gonzalo. Y es que leyéndolo se aprende.

            Claro que don Gonzalo ha elegido la mejor escuela, la de aquel otro, ya entrado en años, que ha buscado refugio en Coria-Cáceres. Aquel que ha renunciado a la novela, pese a las peticiones de muchos amigos y de numerosos lectores, para quedarse con el ensayo. También de don Rafael Sánchez Ferlosio se aprende: nos enseña a escribir y tengo para mí, ya entrado en años, que pocas cosas necesito más. No hay muchos libros tan hermosos como El testimonio de Yarfoz no sólo por lo apasionante de la historia, sino también, y para mí sobre todo, por la capacidad narrativa de don Rafael. En esta escuela, dura y exigente, se ha fajado Hidalgo Bayal y ha aprendido; pero no como los discípulos palestinos de los rabinos babilonios, que imitaban en todo a sus maestros, sino manteniendo su propia voz, generando sus propios recursos, perfilando unas predilecciones que le han hecho ganar su estilo, algo que pocos autores tienen hoy y que he oído despreciar a los que apenas saben escribir sin faltas. Insistiré en la idea, que es una práctica: nuestro autor escribe con maestría; ha pulido su estilo y no me cabe la menor duda de que ha trabajado los textos.

            El título del libro, Conversaciones, parece una paradoja de ésas que tanto atraen la atención de su autor; porque, en efecto, el mediocre lector que soy ha tenido la sensación de que se trataba de monólogos, soliloquios si se prefiere, y al volver la última página no he podido dejar de preguntarme: Conversaciones… ¿con quién? Porque los oyentes literarios de esas conversaciones son puramente oyentes; no dicen una sola palabra. Incluso en el último relato, Reparaciones, ha desaparecido del horizonte el oyente interior del relato y pasamos a puro, en apariencia, soliloquio. Entonces ¿con quién conversa el autor? Ésta es una parte del juego, pues ¿quién es el autor? Los personajes, es decir, los monologadores, tienen tanta densidad que el lector no podrá reconocer en ellos—yo no he podido y tal vez sea pura incapacidad personal, una de las muchas impericias que me caracterizan—un trasunto de don Gonzalo, que es el verdadero autor. Así, por una parte me digo: es una conversación en la que el autor escucha a sus personajes, algunos de los cuales conocíamos de otros relatos; pero después pienso que el autor de cada monólogo conversa con cada lector, el verdadero oyente, creando así una doble paradoja: sólo el lector es oyente pues los oyentes son parte de la escritura y el autor verdadero ha terminado transformado en oyente. Pero estas paranoias mías no merecen demasiada atención: mejor será sumergirse en Conversaciones.

            La obra, como he dicho, consta de cinco relatos el último de los cuales es el que presenta mayor dificultad, pues no sucede nada y sólo la habilidad narrativa de Hidalgo Bayal nos hace pasar las páginas, pues aunque estemos ligeramente intrigados por el cartel, la costanilla y el hombre, pasamos las páginas sin que pase nada o, más bien, sólo pasa lo que se nos dice, que son palabras. Quizás haya en Reparaciones un matiz surrealista, un poco kafkiano, pero no es lo más relevante. El relato es importante por el ejercicio de escritura pura que supone. El primer relato, Kalé hemera, el más breve, está escrito con tal tacto que nos hace intuir a un autor con una enorme delicadeza personal:

     A las doce y media me dio la mano por tercera y última vez en la puerta de la casa. Si hubiera sido mi profesor de griego, esto no hubiera ocurrido, dijo (pág. 21).

            Con Corzo don Gonzalo nos devuelve a un universo conocido por sus otras novelas, agreste y cazurro, como el monolito, creando un juego de entre percepciones diferentes de la realidad y en la que el sufrimiento es una parte fundamental. Ese sufrimiento forma parte fundamental de los dos siguientes relatos, Aquiles y la tortuga, y Monólogo del enemigo. En el primero de éstos nos reencontramos con Saúl Olúas, que nos cuenta la historia de un viejo amigo; el relato está lleno de guiños, de escondidos golpes de humor a los que Hidalgo Bayal es tan aficionado, y de compasión. Pero ésta alcanza mayor plenitud en el cuarto relato, una verdadera confesión que nos conduce por el laberinto de la soledad que busca compañía. Si me atrevo a usar la palabra compasión es por varias razones; aquí sólo daré tres: el griego y el latín; el hecho de que no sea una penita tonta y, en tercer lugar, porque don Rafael sabría entenderme si me leyese y, consecuentemente, deduzco que don Gonzalo me entendería también.

            Estamos, en definitiva, ante un conjunto de relatos ejemplar que como lector he disfrutado y que una vez más me han hecho descubrir que me quedan universos por aprender.

            Por cierto, la fotografía de la portada es magnífica; pero yo echo de menos el humo del tabaco en los cafés…

            Shalom.

[1] Quizás se les llame higuereños.  Por lo visto en algún pueblo cercano los llaman jiguerolos, palabra con múltiple posibilidad de rima…

[2] Me he referido a este problema en otras ocasiones: acabamos conociendo sólo a los autores que las editoriales quieren dar a conocer. El problema es, pues, el negocio editorial. Estoy seguro: hay un buen puñado—no diré muchedumbre pues lo bueno no abunda ni en el campo—de autores magníficos a los que jamás conoceremos porque no tuvieron la suerte de topar con un editor inteligente. No se trata aquí del drama de corte kafkiano: “No quiero publicar, no soy un buen autor” (sin duda, también perderemos autores por esa razón); sino de la dificultad que tiene un autor que vive en los márgenes para darse a conocer. ¿Quién no conoce hoy al pobre Jonh Kennedy Toole?

[3] Recuerdo un maravilloso artículo de un escritor orillado, Anthony Burgess, que en España publicó el diario El País (aunque en esa época tenían a gala escribirlo con falta de ortografía incluida). Se titulaba Cristo hablaba galés (o algo semejante). Comparaba el inglés facilón que se estaba convirtiendo en lengua franca con la ininteligibilidad del galés, lleno de contracciones, apóstrofes y giros incomprensibles. De hecho, entendí bastante bien los textos en inglés estereotipado, pero ni una sola palabra del galés. Con el español está sucediendo algo parecido y aún recuerdo los sagaces comentarios de Josep Pla, con boina incluida, sobre el castellano, como decía él, que tiende a ser un pez que se muerde la cola.

2 comentarios:

Hutch dijo...

Aprovechando la fiesta nacional, me he iniciado, según tu consejo, en el universo literario de GHB. Como no las tenía todas conmigo, he empezado por la más breve que de él había en la biblioteca, "Campo de amapolas blancas". Debo decir que me ha atrapado, sobre todo, por el estilo: hay aquí un gran escritor, orfebre del idioma, hasta el punto de tener que releer los enunciados varias veces para disfrutar de su cadencia y también (debo decirlo) para comprenderlo mejor; menos mal que en el epílogo (¿era necesario ese texto en la edición de Tusquets?), Luis Landero comenta algo similar, porque llegué a maldecir mi falta de aptitud comprensiva. Saludos y gracias por descubrir a un ESCRITOR.

Manila dijo...

Hola a todos. soy una estudiante italiana y necesitaria ponerme en contacto con el escritor Gonzalo Hidalgo Bayal. Sabeis como puedo hacer? Graciasss