CINCO
RELATOS. CINCO.
He hablado aquí al menos en dos
ocasiones de Gonzalo Hidalgo Bayal,
escritor cacereño (desconozco el patronímico de los nacidos en Higuera de
Albalat [1], lugar de nacimiento del escritor) que ha atravesado recientemente
la frontera de los sesenta años. Comenté, si no me equivoco, Campo de amapolas blancas, una deliciosa
novela corta, y el auténtico festín literario que es El espíritu áspero. Hace una semana más o menos tropecé en la
sección de novedades de una librería de la Heroica Ciudad con un nuevo libro de
don Gonzalo, Conversación, Barcelona,
Tusquets, 2011, un compacto conjunto de cinco relatos breves o
cuentos si así los prefiere llamar el lector. Hidalgo Bayal sería un escritor
igualmente bueno aunque siguiese publicando sus libros en editoriales de escasa
distribución, pero nosotros debemos agradecer a Tusquets que nos haya permitido
acceder con cierta facilidad, por decirlo así, a las obras del escritor
cacereño [2].
Un relato, corto o largo, necesita
una historia que lo sustente, pero su valor viene determinado, me parece, por
la calidad narrativa. Dicho de otro modo: me encantan escuchar las historias de
los niños, llenas de fantasía, pero eso no hace a los niños buenos novelistas.
Las historias de un célebre corresponsal pueden ser magníficas, pero algunos
pensamos que sigue necesitando aprender a escribir y dejar de lado los recursos
fáciles. En este dichoso país, que ha parido durante más de mil años su lengua,
tenemos la suerte de tener escritores prodigiosos; de hecho, me parece que cada
lengua está a la espera de un escritor prodigioso y que es un drama que cada
día desaparezcan del mundo algunos idiomas. Sé que no está de moda decirlo,
pero las lenguas son un tesoro que debe ser protegido; de lo contrario estamos
a merced de mercado puro y duro [3]. Gonzalo Hidalgo Bayal, a quien prefiero
llamar don Gonzalo por respeto a su labor docente, reúne ambas cualidades: tiene historias que contar y sabe contarlas,
¡y vaya si sabe! Sólo un par de autores españoles actuales saben manejar nuestro
idioma con la maestría de don Gonzalo. Y es que leyéndolo se aprende.
Claro que don Gonzalo ha elegido la
mejor escuela, la de aquel otro, ya entrado en años, que ha buscado refugio en
Coria-Cáceres. Aquel que ha renunciado a la novela, pese a las peticiones de
muchos amigos y de numerosos lectores, para quedarse con el ensayo. También de
don Rafael Sánchez Ferlosio se aprende:
nos enseña a escribir y tengo para mí, ya entrado en años, que pocas cosas
necesito más. No hay muchos libros tan hermosos como El testimonio de Yarfoz no sólo por lo apasionante de la historia,
sino también, y para mí sobre todo, por la capacidad narrativa de don Rafael. En
esta escuela, dura y exigente, se ha fajado Hidalgo Bayal y ha aprendido; pero
no como los discípulos palestinos de los rabinos babilonios, que imitaban en
todo a sus maestros, sino manteniendo su propia voz, generando sus propios
recursos, perfilando unas predilecciones que le han hecho ganar su estilo, algo que pocos autores tienen
hoy y que he oído despreciar a los que apenas saben escribir sin faltas.
Insistiré en la idea, que es una práctica: nuestro autor escribe con maestría;
ha pulido su estilo y no me cabe la menor duda de que ha trabajado los textos.
El título del libro, Conversaciones, parece una paradoja de
ésas que tanto atraen la atención de su autor; porque, en efecto, el mediocre
lector que soy ha tenido la sensación de que se trataba de monólogos,
soliloquios si se prefiere, y al volver la última página no he podido dejar de
preguntarme: Conversaciones… ¿con quién?
Porque los oyentes literarios de esas conversaciones son puramente oyentes; no
dicen una sola palabra. Incluso en el último relato, Reparaciones, ha desaparecido del horizonte el oyente interior del
relato y pasamos a puro, en apariencia, soliloquio. Entonces ¿con quién
conversa el autor? Ésta es una parte del juego, pues ¿quién es el autor? Los
personajes, es decir, los monologadores, tienen tanta densidad que el lector no
podrá reconocer en ellos—yo no he podido y tal vez sea pura incapacidad
personal, una de las muchas impericias que me caracterizan—un trasunto de don
Gonzalo, que es el verdadero autor. Así, por una parte me digo: es una
conversación en la que el autor escucha a sus personajes, algunos de los cuales
conocíamos de otros relatos; pero después pienso que el autor de cada monólogo
conversa con cada lector, el verdadero oyente, creando así una doble paradoja:
sólo el lector es oyente pues los oyentes son parte de la escritura y el autor
verdadero ha terminado transformado en oyente. Pero estas paranoias mías no
merecen demasiada atención: mejor será sumergirse en Conversaciones.
La obra, como he dicho, consta de
cinco relatos el último de los cuales es el que presenta mayor dificultad, pues
no sucede nada y sólo la habilidad
narrativa de Hidalgo Bayal nos hace pasar las páginas, pues aunque estemos
ligeramente intrigados por el cartel, la costanilla y el hombre, pasamos las
páginas sin que pase nada o, más bien, sólo pasa lo que se nos dice, que son
palabras. Quizás haya en Reparaciones
un matiz surrealista, un poco kafkiano, pero no es lo más relevante. El relato
es importante por el ejercicio de escritura pura que supone. El primer relato, Kalé hemera, el más breve, está escrito
con tal tacto que nos hace intuir a un autor con una enorme delicadeza
personal:
A
las doce y media me dio la mano por tercera y última vez en la puerta de la
casa. Si hubiera sido mi profesor de griego, esto no hubiera ocurrido, dijo (pág. 21).
Con Corzo don Gonzalo nos devuelve a un universo conocido por sus otras
novelas, agreste y cazurro, como el monolito, creando un juego de entre
percepciones diferentes de la realidad y en la que el sufrimiento es una parte
fundamental. Ese sufrimiento forma parte fundamental de los dos siguientes
relatos, Aquiles y la tortuga, y Monólogo del enemigo. En el primero de
éstos nos reencontramos con Saúl Olúas, que nos cuenta la historia de un viejo
amigo; el relato está lleno de guiños, de escondidos golpes de humor a los que
Hidalgo Bayal es tan aficionado, y de compasión. Pero ésta alcanza mayor
plenitud en el cuarto relato, una verdadera confesión que nos conduce por el
laberinto de la soledad que busca compañía. Si me atrevo a usar la palabra compasión es por varias razones; aquí
sólo daré tres: el griego y el latín; el hecho de que no sea una penita tonta
y, en tercer lugar, porque don Rafael sabría entenderme si me leyese y,
consecuentemente, deduzco que don Gonzalo me entendería también.
Estamos, en definitiva, ante un
conjunto de relatos ejemplar que como lector he disfrutado y que una vez más me
han hecho descubrir que me quedan universos por aprender.
Por cierto, la fotografía de la
portada es magnífica; pero yo echo de menos el humo del tabaco en los cafés…
Shalom.
[1]
Quizás se les llame higuereños. Por lo visto en algún pueblo cercano los
llaman jiguerolos, palabra con
múltiple posibilidad de rima…
[2] Me
he referido a este problema en otras ocasiones: acabamos conociendo sólo a los
autores que las editoriales quieren
dar a conocer. El problema es, pues, el negocio
editorial. Estoy seguro: hay un buen puñado—no diré muchedumbre pues lo
bueno no abunda ni en el campo—de autores magníficos a los que jamás
conoceremos porque no tuvieron la suerte de topar con un editor inteligente. No
se trata aquí del drama de corte kafkiano: “No quiero publicar, no soy un buen
autor” (sin duda, también perderemos autores por esa razón); sino de la
dificultad que tiene un autor que vive en los márgenes para darse a conocer. ¿Quién
no conoce hoy al pobre Jonh Kennedy
Toole?
[3] Recuerdo
un maravilloso artículo de un escritor orillado, Anthony Burgess, que en España publicó el diario El País (aunque en esa época tenían a
gala escribirlo con falta de ortografía incluida). Se titulaba Cristo hablaba galés (o algo semejante).
Comparaba el inglés facilón que se estaba convirtiendo en lengua franca con la
ininteligibilidad del galés, lleno de contracciones, apóstrofes y giros
incomprensibles. De hecho, entendí bastante bien los textos en inglés
estereotipado, pero ni una sola palabra del galés. Con el español está
sucediendo algo parecido y aún recuerdo los sagaces comentarios de Josep Pla, con boina incluida, sobre el
castellano, como decía él, que tiende a ser un pez que se muerde la cola.
2 comentarios:
Aprovechando la fiesta nacional, me he iniciado, según tu consejo, en el universo literario de GHB. Como no las tenía todas conmigo, he empezado por la más breve que de él había en la biblioteca, "Campo de amapolas blancas". Debo decir que me ha atrapado, sobre todo, por el estilo: hay aquí un gran escritor, orfebre del idioma, hasta el punto de tener que releer los enunciados varias veces para disfrutar de su cadencia y también (debo decirlo) para comprenderlo mejor; menos mal que en el epílogo (¿era necesario ese texto en la edición de Tusquets?), Luis Landero comenta algo similar, porque llegué a maldecir mi falta de aptitud comprensiva. Saludos y gracias por descubrir a un ESCRITOR.
Hola a todos. soy una estudiante italiana y necesitaria ponerme en contacto con el escritor Gonzalo Hidalgo Bayal. Sabeis como puedo hacer? Graciasss
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