miércoles, 14 de septiembre de 2011

De editores


            En ocasiones anteriores he hablado de Pierre Bergounioux; dije, si mi memoria sigue siendo fiel escudero, que me haría con La huella, que en España fue editado en el 2010 por Días Contados. Imposible hacerse con el libro en esta ciudad amante del ruido.  Le editorial catalana no trabaja con distribuidores, ergo las grandes cadenas comerciales—entiéndase literalmente—no trabajan con semejantes editores, pues no los pueden controlar. Así, pues, ni Lx Cxxx dxx Lxxxx (llamémosla X) ni FXXX (refirámonos a ella como Y)  ni Bxxx (digamos Z) ni ninguna semejante me pudo facilitar la obrita de Bergounioux. He aquí a este humilde lector en la misma tesitura que en otras ocasiones: buscando un libro que no se encuentra. En esta ciudad, amante de la suciedad, tampoco hay librerías de viejo de fácil acceso. Cierto: tenemos a Renacimiento, pero la relación con ella sólo se produce a través de la Red, cosa que me disgusta en extremo, sobre todo teniéndola tan cerca: los libros hay que verlos, tocarlos y olerlos. Iberlibro ha sido con frecuencia una solución, especialmente para encontrar volúmenes descatalogados de la mucha y buena teología que se tradujo en los años sesenta y setenta. Es escandaloso que en una ciudad del tamaño de ésta se tenga una mentalidad tan mezquina por lo que a la cultura se refiere. El contubernio ZYX ha copado la mayor parte de las ventas y se ha hecho con la llave de la censura por motivos comerciales, que sin duda es la peor de las censuras porque ni siquiera figura como tal. Al final, tuve que escribir a una de las librerías barcelonesas que sirven los libros de Días Contados y, contra reembolso, me ha llegado hoy el ejemplar que había pedido a la librería Laie a cuyos propietarios estoy agradecido. Más lo estoy por la atención que me han prestado en Días Contados, pues a ellos solicité información de alguna librería de esta invicta ciudad que pudiera servirme sus libros. La respuesta fue rápida y eficaz, además de amable: “Ninguna”. Incluso me solicitaron, en un intercambio epistolar que me sorprendió por su dedicación, el nombre de alguna de las librerías con las que entrar en contacto para servirles sus libros. Quiero agradecer al editor la atención que me ha prestado y su gentileza. También a Laie—podría haber sigo igualmente La General—por la rapidez en servirme el pedido; maguer debo lamentar con profundo pesar el estado cultural de una ciudad en la que conseguir algunos libros se antoja tarea digna de un nuevo trabajo de Hércules.

            No deja de ser un hecho lamentable que las grandes editoriales acaben controlando a las distribuidoras, cuyo número, además, ha ido decreciendo con el paso de los años y con los procesos de concentración empresarial. En esta dichosa ciudad, tan leal, han aparecido algunas pequeñas editoriales en los últimos años, pero no saldrán del término municipal salvo que acepten las draconianas condiciones de algunos distribuidores. Por eso, en estos días tristes en los que aún el calor nos agobia, pero en los que las hojas abandonan su brillante verdor para recordarnos que todo conoce la caducidad y la muerte (cito a Jerónimo cuando tuvo noticia de la caída de Roma no vayan a pensar que no soy lo suficientemente pedante), en estos días tristes, digo, he echado de menos no a los audaces editores, sino a buenos libreros dispuestos a amar los libros con los que comercian. El buen abad Abercio, cuya memoria ha sido borrada de los mármoles y de los pergaminos, consiguió mantener una digna biblioteca en su monasterio y eligió a los mejores para que la guardasen y fueran copistas. Sus manos nos han regalado la luz. Sin embargo, el sistema comercial nos ahoga con los-mejores-vendidos procurando que todos se sometan al gusto de los sin gusto. Yo, señores, me he equivocado tantas veces que algunas, estoy cierto, debo haber acertado. Y ésta es una de ellas: la cultura no es un negocio y, aunque también se viva de ella, no se la puede tocar sin tacto. Los dueños de ZYX quizás tienen tacto, pero sólo para el papel moneda; digo esto sin menoscabo de las personas que allí trabajan, pues ellas saben que no son dependientes ni vendedores, pese a que sus empresas pretendan reducirlos a semejante condición. Con frecuencia, los negociantes no son dignos de los trabajadores que emplean.

            Dicho esto quiero dirigirme al lector de esta gacetilla que a veces se llama Anónimo, otras veces Ángelus o Marina y que sospecho que son la misma persona, pues tengo serias dudas sobre la continuidad del espacio-tiempo. A Anónimo le doy sinceramente las gracias por leer lo que escribo cuyo mérito está, si lo tengo, en no cometer demasiadas faltas. A Angelus le diré que tiene toda la razón, cosa que él sabe de sobra y por eso no necesita que yo se la dé. En cuanto al comentario que ha dejado Marina diré que estoy de acuerdo: “deja un pequeño poso”. Me pide alguna recomendación y, aunque no soy quién, admitiré que libros que dejan poso he leído algunos; pero mi recomendación sería muy desordenada: Los hermanos Karamazov, La peste, El factor humano, Diario de un cura rural, Los miserables (¡ah! Eso debe tener futuro), El hombre sin atributos, Almas muertas, Juventud sin Dios, El árbol de la ciencia, La montaña Mágica, Bomarzo, Historias del subsuelo, Cien años de soledad, Guerra y paz… No sé muy bien qué decir, pues no la conozco, Marina. ¿Por qué no se deja guiar por su instinto? Si dio con De vidas ajenas, seguro que dará con otras novelas interesantes. Le diría que en los últimos años Expiación supuso para mí algo más que la mayoría de las novelas al uso. También me dejó un poso el relato El cielo es azul; la tierra, blanca… Construimos en el tiempo nuestras vidas, que son el tiempo que se nos ha dado. Por eso, la mejor recomendación que puedo hacerle es que siga leyendo. Y gracias por haber dejado un comentario.

            Shalom.

1 comentario:

Hutch dijo...

Angelus (único e intransferible) observa en Ud. una desgana, rayana en hastío, de su ciudad. Saludos.