SÍ: ES ALBERT CAMUS
He ido al Lope de Vega; es decir, he ido
teatro. Lo digo con una emoción contenida, porque si la televisión me aburre
soberanamente y el cine nunca es del todo lo que espero, el teatro es vida. Sin
ningún remordimiento diré que ningún espectáculo se parece tanto a la felicidad
como el teatro y siempre he creído en aquello que los griegos llamaban κάθαρσις
sucedía realmente en el teatro. Porque, repito, el teatro es vida. Por eso me
resulta imposible ocultar mi alegría cada vez que veo a unos actores, abnegados
muchas veces, moverse por las tablas, incluso torpemente. Sin embargo, no ha
habido torpeza en la obra de cuya representación quiero hablar. Seamos lógicos
y comencemos por el principio:
Autor: Albert
Camus.
Obra: El
malentendido (¡como el libro de la Némirovsky que ayer por la noche comencé
a leer!).
Versión: Yolanda Pallín.
Dirección: Eduardo Vasco.
REPARTO: Cayetana Guillén Cuervo (Marta);
Julieta Serrano (la madre); Ernesto Arias (Jan); Lara Grube (María); Juan
Reguilón (el anciano criado).
MÚSICOS: Alba Fresno (viola de gamba) y Scott
A. Singer (acordeón).
EQUIPO ARTÍSTICO: Carolina González
(escenografía); Lorenzo Caprile (vestuario); Miguel Ángel Camacho (iluminación);
Eduardo Vasco (espacio sonoro y vídeo); José Luis Massó (ayudante de
dirección); Paloma Parra (ayudante de iluminación); David Sueiro (diseño del
cartel); David Ruano (fotos).
EQUIPO TÉCNICO: Manuel Horno (regidor); Ivana
Linares (sastrería, maquillaje, peluquería); Laura Zamudio (maquinista); Paloma
Parra (técnico de luces); Arsenio Fernández (sonido y vídeo).
Quien me conozca sabe que siento una
debilidad natural por la persona que fue Albert Camus a quien tengo por modelo
de honestidad intelectual en una época difícil. Y no sólo por Combat. También por la polémica con Sartre y la revista por éste dirigida,
por su posicionamiento respecto a la descolonización de Argelia y a la
situación europea, su desafección por la política totalitaria de la URSS, coa
que le costó una excomunión laica… Hay muchos motivos para admirar a este existencialista hastiado. Estrenada en
1944 y escrita, posiblemente, ese mismo año (hay un atisbo del argumento,
basado tal vez en un hecho real, en El
extranjero), el contexto histórico podría ayudarnos a entender el profundo
sentido de la obra en su época; pero ¿y hoy? ¿Tiene el teatro de Camus vigencia
en el presente? La obra ha sido montada como un doble homenaje, pues este año
se cumple el centenario del nacimiento de Camus (Mondovi, Argelia, 7 de
noviembre de 1913) y, además, Cayetana Guillén Cuervo lo ha convertido en un
homenaje a su padre, recientemente fallecido. Bastarían estos dos datos para
asumir cierto sentido a la representación, pero como espectadores debemos ir un
poco más lejos.
El argumento nos pone delante a un hombre
maduro que regresa del Sur al hogar
materno, en Bohemia, para reencontrarse con su madre y su hermana, que regentan
una pensión, a las que abandonó mucho tiempo atrás. Desea conocerlas, ver cómo
les ha ido en la vida, informarse para ayudarlas y hacerlas felices. Por eso,
en contra de la opinión de su esposa, María, decide hospedarse sin revelar su
identidad. Pero su madre y Marta, su hermana, aceptan clientes para asesinarlos
y robarles. La fatalidad quiere que Jan acabe como un cliente más del albergue.
La dirección ha hecho el montaje con una
sencillez extrema: sólo tres muebles (una mesa baja, un banco largo, y una mesa
que hace de cama) para concentrarse en el texto. Hasta aquí bien, aunque
durante la representación tuve alguna vez la sensación de que todo era
demasiado pequeño (la mesa de la recepción) y que el banco cortaba en exceso el
escenario, pues obligaba a movimientos excesivos. Se han suprimido las pausas
quizás con la intención de no dar descanso al espectador y acorralarlo en el
angustioso texto. Los actores han respondido muy bien a la supresión de
cualquier intermedio o pausa. El Lope de Vega no tiene mala sonoridad (he
acudido a muchas representaciones y puedo dar fe), pero Marta y la madre, en
varias ocasiones, especialmente durante la primera parte, se alejaban tanto del
público, a veces volviéndose de espaldas, que sus voces perdían no sólo
intensidad sino inteligibilidad: la escuchaba, pero no las oía. Quizás este
efecto pudiera deberse también al cansancio de las voces o sea un recurso con
el que se nos obligaba a sumarnos a la incomunicación última entre los
personajes, aunque esto me parecería una justificación más que un recurso. El
montaje contribuye al efecto de angustia, buscado sin duda en el texto, con la
proyección de imágenes en blanco y negro (vídeos, pero casi fotos fijas): la
mar triste (pese a que su nombre convoca la alegría) y el lecho turbio y frío
de un río. La música, que inaugura la obra y la cierra, es un lamento en
apariencia sin sentido y, por eso mismo, mi espíritu se revolvía entre
angustiado y perplejo; me parece que ha sido un acierto, pues tanto las
imágenes como la música contribuyen a la creación de un clima claustrofóbico e
irrespirable del que el espectador desea salir y, sin embargo, no puede. De
esta manera, la clausura de nuestro mundo cabe sí mismo está muy bien
conseguida y para alguien como yo significa abiertamente un mundo privado de
sentido como el que hemos producido en los últimos decenios. Por último, una
referencia al vestuario: ha conseguido reforzar con sencillez los rasgos de los
personajes, desde el negro de los músicos—ajenos a la representación salvo
cuando Marta acaricia la cabeza de uno de ellos en el desenlace—hasta el gris
mortecino de Marta y su madre pasando por el suave tosa de la blusa de María.
El peso de la obra lo lleva sobre sus
espaldas Cayetana Guillén Cuervo, que creció a medida que avanzaba la
representación. El final le dio la posibilidad de explorar las posibilidades
dramáticas, bien resueltas, de una desesperación que se quiere absoluta, pero
no lo es en cuanto que aún reclama el cariño de la madre suicida: en esos
momentos la actriz actúa rondando la perfección. Julieta Serrano acierta en su
caracterización y, no obstante, la ambigüedad reflejada en el texto no
encuentra un eco del todo certero en su gesticulación, a veces excesiva. Dicho
esto, también es de justicia decir que su voz sabe dónde poner exactamente los
acentos y en eso reside buena parte de su magnífico trabajo. Ernesto Arias es
quien, sin duda, debió encontrar mayores dificultades con el texto, pues la
caracterización a través de los diálogos lo convierte a la vez en una persona
segura e insegura, preocupada, pero distante. El actor supo responder a estos
retos y consiguió dar la redondez que el personaje requería. Lara Grube está
espléndida en la primera parte, pues acertó a transmitir entusiasmo y amor. Al
final, al bordear la desesperación en el enfrentamiento dialéctico con Marta,
perdió, según mi modestísimo parecer, un poco de fuelle, tal vez porque su
personaje es plano y el tono dramático parecía impostado frente a la dura
frialdad natural de Cayetana Guillén. Juan Reguilón, en el papel de un dios
ausente salvo para negar su auxilio, cuadra su actuación, que no es sencilla:
sus gestos acompañaban perfectamente la indiferencia que aparece en el texto de
Camus. En fin, un elenco excelente de actores: consiguieron angustiarme,
hacerme reflexionar y, finalmente, obligarme a escribir estas palabras.
Sin embargo, en el teatro también existe el
público, ¡ah, el público de la Muy Heroica y Leal Ciudad! Ciertamente, es
injusto generalizar (porque, entre otras cosas, también yo era público); pero
cuando uno acude a un lugar en el que es la autoridad—según palabras de aquel
tipo curioso que perdió un brazo por culpa inventada de un perro siberiano,
quizás un lobo de ojos azules y dientes afilados—debe comportarse con dignidad.
Lo cual significa: apagar el teléfono móvil, no hablar (y menos en voz alta),
procurar no toser ni levantarse durante la representación… Y todo esto
aconteció. Maleducado público, mediocre público, ¿quién se atreve a llamar
público a esta gente? ¡Banda de tosedores y desmemoriados que no apagan sus
estúpidos teléfonos! ¡Manada de charlatanes de la peor especie! Plebe más que
público. Los actores no se merecían la descortesía de semejante auditorio; pero
en esta ciudad magnífica nos hemos acostumbrado a que en mitad de un concierto
salte la infame musiquilla de un móvil, a que en la celebraciones litúrgicas (Dios
no usa teléfono: lo sé de buena fuente) algunos simulen hablar con el Altísimo
en mitad de la consagración porque quieren responder al móvil (no, no pueden
esperar cinco minutos los desalmados). La claque cumplió su misión (de joven,
yo mismo conseguía entradas empleándome de claque) y el mismo público
maleducado se levantó para aclamar a los actores: tened cuidado de quienes
recibís las alabanzas, pues el número de las gentes con mal gusto es
incontable.
Y sí, finalmente, respondo con un sonoro sí:
el teatro de Albert Camus sigue teniendo vigencia en nuestro mundo. Siendo la
obra más sartriana de las que escribió—un existencialismo arrojado a la muerte
según el estilo francés y no el alemán—consigue enfrentarnos con la dura
realidad de la frustración de nuestros sueños. Temas plenamente camusianos de
la primera época—el Sol, la mar brillante, la vida exuberante, los cuerpos
jóvenes tostados al sol y brillantes de agua como en un lienzo de Sorolla—se concentran
en un duro contraste con la fragilidad de la existencia y de un mundo condenado
al fracaso: Jan ni siquiera es dueño de su destino y la felicidad de María
queda truncada de forma cruel. Podemos olvidar la clausura de nuestro mundo,
podemos divertirnos, como diría Pascal,
dejar nuestra existencia en una pura superficie producto no de la profundidad—como
Nietzsche vio en los griegos—, sino
del miedo; podemos preferir el olvido y existir sin vivir, como las rocas que
son golpeadas por la mar, erosionadas y acaban hundiéndose. Camus tuvo el
coraje de mirar de frente al sinsentido al que nos condena una sociedad
empeñada en una nada ni siquiera trágica. Tuvo lucidez y cada vez que nos
reencontramos con la obra de Camus nos volvemos mejores, aunque salgamos con
temor y temblor después de escuchar sus palabras.
[Marta] Voy a dejarla, sí, y para mí será un alivio: ae duras penas
soporto su amor y sus lágrimas. Pero no puedo morir dejándola convencida de que
tiene usted razón, de que el amor no es en cano, y de que esto es un accidente.
Pues es ahora cuando estamos dentro del orden.
[María] ¿Qué orden?
[Marta] El que hace que nadie sea reconocido jamás.
Sin embargo, María había elegido
la mejor parte—el amor—y ésa, dijo Jesús, no se la quitarán.
Shalom.
3 comentarios:
Lo siento, no puedo soportar el histrionismo de la Cuervo. Lo del homenaje al padre muerto está muy manido. Por otra parte, ¿no le parecieron demasiado caras las entradas?.
Lo que más me gusta del vídeo que nos ofrece son las palabras de Julieta Serrano: “la confusión del alma humana, la necesidad de realizar los sueños…pero a través de una ética, de una moral…”. Preciosas palabras. Me encanta el tono. Felicidades Julieta.
Pintura, teatro, cine,poesía...pero el mejor maestro es el tiempo: incluso sin hacer preguntas te ofrece respuestas verdaderas.
Sólo lo he leído, y no me entusiasmó; tal vez sobre las tablas...Pero yo lo que quiero es ver en escena, y verlo bien, Calígula.
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