DEL MENOS COMÚN DE LOS SENTIDOS: EL HUMOR
(EL COMÚN YA NO EXISTE)
Los
recuerdos de los libros que me han hecho sonreír o incluso reír son muy gratos.
Mi memoria me falla si pretendo recordar el primer autor que me hizo reír.
Desde luego, Salgari no fue, pero
tampoco Twain, aunque he oído hablar
mucho de su sentido del humor. Si tengo que elegir un autor, el primero que me
viene a la memoria es aquel eterno candidato, Graham Greene, caído en el olvido. De él compré durante el año de
COU un buen montón de novelas baratas editadas por Bruguera. Recuerdo mis risas
con Nuestro hombre en La Habana: el
inglés vendiendo los planos de sus aspiradoras como planes secretos del
gobierno cubano antes de que llegase Fidel. Mario Vargas Llosa y algunos más me han hecho reír con ganas, pero
nadie como Mafalda [1]. En todos los
casos se trata de literatura (no hace falta decir “con mayúsculas”, porque
gracias a Dios no somos alemanes, aunque como se están poniendo las
cosas muchos querrían cobijarse bajo las potentes alas de la canciller) y no de
chistes. Ciertamente, los chistes, los buenos, son cosa muy seria, pero es otro
capítulo. En los últimos tiempos sólo Gonzalo
Hidalgo Bayal había conseguido hacer brotar a borbotones la risa de mis
labios [2]; como todo el mundo sabe, don Gonzalo (que, cuando lo invoco, me
recuerda a don Rafael Sánchez Ferlosio y
no sólo por la curvatura que se ha producido en su espacio) es uno de nuestros
mejores narradores y maneja el español como pocos autores son capaces. Resulta
difícil hacer reír e incluso sonreír en el curso de una novela; por
eso--¿quieres arroz con leche? Por debajo de la puerta te echo un ladrillo—hoy
traigo a vuestra consideración, señores, dos libros uno de los cuales no es,
contra toda evidencia, una novela.
El
sentido común ha desaparecido [3]. Basta mirar el mundo: no necesitamos ya una
guía de perplejos, sino un plano de este convictorio (y Dios, decía
Mafalda, ¿habrá patentado esta idea de manicomio redondo?) en el que todos
están cuerdos. Desde luego, prefiero que me cuenten entre los locos, porque
desde la más remota infancia de la humanidad los locos han sido contados entre
los pecadores y ya sabemos que el Nazareno sentía predilección por éstos y no
por mitrados, ¡perdón!, por los justos (es el huisqui, seguro). Agradezco siempre encontrarme con personas con
sentido del humor (que aceptan con santa resignación, por ejemplo, un “LE” en
su taquilla), pero no con chistosos, graciosos y fauna semejante. En este país
que confunde el humor con el chascarrillo y la obscenidad es cada día más
difícil encontrarse con el aire limpio del humor: empuja las ventanas cerradas
y renueva los ambientes cargados. ¿Yo no había dicho que hablaría de dos
libros? Perdónenme, monseñores, pero el santo se me ha ido al cielo y me he
quedado mirándolo alcanzar el límite de los planetas interiores, más allá de
Marte. No es miércoles: es domingo, aunque podría ser Jueves. Empezaré por la
novela, pero antes voy por otro huisqui. Permiso.
Imagino
que saben de quién hablaré. Y si no, se lo diré: Eduardo Mendoza, El enredo de
la bolsa y la vida, Barcelona, Asurancetúrix, 2012. ¿Qué puedo decir de
Eduardo Mendoza? ¿Un maestro en el manejo de los tiempos verbales? ¿Que tiene
un sentido del humor fino, delicado, nada ofensivo, pero magistral? No quiero
decir que escribe muy bien y no como
quien esto escribe, porque generaría una paradoja, inteligente lector (no te
conozco, conste), en el continuo espacio-temporal castellano. Merece la pena
leerlo sólo por el sentido del humor con que está escrito. Además, aprenderán a
colocar correctamente las interrogaciones, ¿o no? De verdad que no miento.
Vamos por el
segundo… libro. Soy consciente de que he hablado de ella en tres ocasiones más.
Ésta será la cuarta. Más de su prosa, curiosamente, que de su poesía (quede
constancia explícita en los términos que marca la ley que como poeta me
encanta) y, para no ser menos, hoy hablaré del segundo libro de prosa que de
ella he leído. Se trata de Wisława
Szymborska, Más lecturas no obligatorias,
Barcelona, Ediciones Alfabia, 2012 [4]. Hagan ustedes el favor de leerlo, pese a las simpáticas
crueldades que a veces se permite la poeta (incluso con sus propios colegas).
Pasarán un rato magnífico. Como en el libro anterior, Lecturas no obligatorias, los temas que toca Szymborska [5] son de
lo más variado (y de algunos de ellos no tiene la más remota idea, pero esto no
hace menos jugosos sus comentarios): desde la poesía hasta la física pasando
por la filosofía. Podría entresacar muchos ejemplos. Me limitaré a dos por el
dichosa signo © que aparece en la página sin numerar número seis.
Aún recordarmos el alboroto que se organizó hace un par de años cuando
uno mujer de Wrocław escribió una tesis doctoral titulada Historia del bate [en polaco, la palabra que se utiliza para
designar “bate” (palant) también
significa “tonto, idiota”. N. del T.] en Polonia. Debe decirse en perjuicio de aquellos que más ruidosamente se
escandalizaron, que fue el título lo que los ofendió, y no el valor científico
del trabajo, porque sobre él no tenían ni la menor idea. Si el título hubiese
sido Algunas consideraciones históricas, sociales y culturales de los
juegos colectivo-motrices en Polonia, analizando como ejemplo uno de ellos y
tomando en consideración el valor didáctico de la integración, todo estaría en regla y nadie hubiese dicho
ni pío, ¿verdad? (pág. 59 hablando del sistema educativo español).
Los poetas cínicos (si es que tal cosa
existe) concluirán después de leer la antología que escribir poemas largos no
merece la pena; y los lectores crédulos (de esos hay bastantes) que la poesía
es algo así como un pastel en el que no importa demasiado qué pedazo cortes o
si le quitas las pasas. La edición del libro es muy bonita, hasta el punto de
que es un placer admirar la calidad del papel y la impresión. Puede servir para
envolver regalos y, más aún, para una segunda edición ampliada (pág. 103
hablando de antologías).
Por
muchas razones estoy convencido de que Wisława
Szymborska es una de esas personas que ha hecho mejor y más habitable este
manicomio redondo.
Shalom.
[1] En negrita, porque en
realidad todos sabemos que don Joaquín Salvador Lavado, más conocido por Quino, es en realidad uno de los mejores
personajes creados por Mafalda. Esto no es una boutade, sino aplicación estricta del principio de verificación
desarrollado por el Círculo de Viena (formado por Schlick, don Rudolf Carnap
y otros) que se aplica como criterio de demarcación (y de sentido, por
desgracia) para los lenguajes científicos (ellos, sin duda, no hubiesen
aceptado este último plural, monistas los chicos).
En
cuanto a la “boutade” sé que se
recomienda escribir “butade”¸ forma
que me parece una verdadera patada (y prueben ustedes a sustituir la a por una
u en la primera sílaba, y mil perdones) para el idioma que me honro en
chapucear. ¿No tenemos otra expresión para “salida ingeniosa”? Quizás gracieta.
[2] En la inolvidable El espíritu áspero. ¡Venir a confundir
la profundidad teológica con una falta de ortografía!
[3] Bueno, Antonio V-E y P.
(nunca había visto tus apellidos como sigla graciosa, casi la voz del
Correcaminos, pero hay que preservar el anonimato), cuando teníamos catorce
años tú siempre repetías: “El sentido común, el menos común de los sentidos…”
Eso aunque no viniera a cuenta y no solía hacerlo, la verdad; te advierto que
este recuerdo entrañable (¡qué lástima de palabra pisoteada hoy por tanta gente
sin entrañas!), aunque no quieras, llega desde el más profundo de los cariños.
No me detengas.
[4] Si se toman la molestia de
mirar la página de la editorial, verán un curioso título de un libro sobre
balompié, que incluye la expresión “fútbol cuántico”. Como saben quienes leen
esto, no soy amigo ni de puntapiés ni de disparos; tampoco de penas ni de
esquinas. Es cierto: el balompié no me gusta; el mundo que lo rodea, menos. Sin
embargo, títulos como el que verán lo desaniman más a uno, pues ya no es sólo
la filosofía del fútbol o la cultura de fútbol (que tal vez debería
escribirse con ka. Esto, por si acaso, no quiere ser un comentario sobre las
posibilidades del nacionalismo vasco), sino también la física y, ahora, el fútbol
cuántico… ¡Cuantísimo balompié! Medítese en el espacio que los informativos
dedican al deporte rey en comparación, por ejemplo, con el hambre en el mundo.
Y dirán que es demagogia. Como el pescado es caro.
[5] Hagan la prueba de buscar
una fotografía de la poeta en la que no nos regale su maravillosa sonrisa. Es
posible que no la encuentren.
1 comentario:
Buena pareja para esta entrada. Dejo un enlace en el que Andrés Amorós comenta -no es demasiado benévolo- oralmente el libro de Mendoza:
http://fonoteca.esradio.fm/2012-04-27/los-libros-270412-43317.html
Saludos.
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