domingo, 4 de marzo de 2012

Max Alhau

DE OTRO MODO QUE VER O 

MÁS ALLÁ DE LA APARIENCIA


La poesía no es un estado de ánimo: todos tenemos estados de ánimo, pero no todos escribimos poesía (aunque algunos se empeñen en darnos su renglones cortos; su prosa, generalmente mala, en trocitos). Hubo quien dijo, henchido de optimismo más que de esperanza dado el momento histórico que le tocó vivir: la poesía es un arma cargada de futuro. Quizás esté cargada, pero pese al simpático rostro de don Gabriel, no es ningún arma, no me lo parece. En verdad los anaqueles de las tiendas de libros guardan un rincón—entre escondido y vergonzante—para la poesía; todavía perdura, aunque en realidad sólo resiste, porque está cada vez más acorralada en este mundo de eficiencia técnica que se olvida de los nombres propios y los sustituye por números, como en los campos, o por códigos de barras, tan prácticos para comprar y vender.

Desde la noche de los tiempos los hombres crean poemas; los primeros son visuales: todo el que se haya sumergido en la belleza de Altamira habrá contemplado algo más que dibujos. La poesía nos ayudó a nombrar a los dioses, callar ante ellos e incluso invocar a Dios. Cuando arriba el Cielo no había sido nombrado/y abajo la tierra firme no había sido llamada por su nombre… Habría que pensar de nuevo en hexámetros dactílicos o cantar caballos y carros ha arrojado en el mar/su nombre es el Señor. ¿Para qué la poesía? Quizás la respuesta más certera sería un para nada o tal vez el silencio. Sin embargo, los hombres nos hemos resistido a callar. Ya lo dice la sabiduría de todas las culturas: el necio habla, mas el sabio calla. Así, pues, quien esto escribe asume conspicuamente su necedad, maguer es evidente desde hace tiempo. Heidegger  se preguntó en un célebre texto ¿para qué poetas? y se detuvo en aquel que despertó de su sueño milenario a los viejos dioses golpeando con su palabra al mundo; claro que después hubo de llegar Celan para sanar, también con poesía, una lengua que había escupido odio y fuego, pues otros apelaron a esos dioses carentes ya de compasión por la belleza. Sin duda, la poesía cura; pero de otro modo que sanar, porque seguimos enfermos, aunque de otra manera.

¿Nos hace mejores la poesía? Muchos estarían tentados de dar una respuesta afirmativa, tal vez presas de un apresuramiento que tiene mucho de olvido. Como toda realidad humana, la poesía es víctima de la ambigüedad de lo que somos, sentimos y hacemos. Todos sabemos que se hizo en algunos lugares infames con la música. Sin embargo, aun sabiéndolo pienso que la poesía nos hace mejores, embellece nuestra alma haciéndonos partícipes de una luz que se nos entrega como gracia: nos hace mirar, mejor que ver, y somos llevados en la claridad de la palabra más allá de la apariencia.

He estado disfrutando de un maravilloso poemario: Max Alhau, Del asilo al exilio, Barcelona, Vaso Roto, 2011. La traducción se debe a Fabienne Bradu (que ha realizado una excelente labor, pero a quien quizás le falta capacidad para encontrar los matices en el castellano). La obra de Alhau, con la que me he sentido casi plenamente identificado, me ha llevado a preguntarme por la poesía, por esa capacidad exclusiva de algunos poemas de llevarnos más allá de de nosotros mismos hacia nosotros mismos; es decir, de hacer que nos transcendamos. Si se prefiere, que viajemos más adentro de nosotros mismos. Este misterio podría relacionarse hoy con la belleza tabórica, aquella que nos concede la gracia de ver un resplandor divino entre las viejas vestiduras de nuestro mundo.




Un oiseau écrit
en plein ciel
ce que nul ne lira jamais.

Recueille ce message,
enferme-le dans ton souffle :
tu franchiras sans hâte
les dernières frontières
qui résistent encore.

(Un pájaro escribe
en pleno cielo
lo que nadie nunca leerá.

Recoge el mensaje,
cautívalo en tu aliento:
cruzarás sin prisa
las últimas fronteras
que aún resisten.)




            Muchas veces en medio de la ciudad o del campo, al ser testigo de un jirón de belleza abandonado en medio de la nada, he pensando exactamente eso: recoge como recuerdo esa belleza que se te ha dado, que sólo tú contemplas ahora. Y es que el mundo se ha hecho para cada uno de nosotros. Dios es aquel que conoce el nombre propio de cada brizna de yerba.

            Poesía tal vez para hacer mundo, para inaugurar mundos que aún no han sido despertados de su sueño. El poeta, tan cercano al Logos, crea con la palabra incluso imágenes y realidades que no nos pueden ser dadas de otra manera. El poeta nombra sobre todo lo que sólo llega a la existencia un instante—la eternidad si se prefiere—y al nombrarlo no lo fija, sino que lo entrega. Por eso es tan complicado, difícil y admirable traducir poesías. Algunos incluso son reos de sus pecados como traductores, pues no todo son erratas de imprenta. El poeta en tercera persona:




Sois attentif,
veilleur de ce qui ne se voit
ni ne se nomme.

marcheur, dédaigne les sentiers,
apprends à traverser les champs :
les déserts ne sont pas loin.
Si tu parles, retiens ton souffle.

Autour de toi,
on te saura gré de ces mot
qui avivent les herbes, les branches,
justifient les jours
et quadrillent l’air,
légers,
à l’infini.
Sé atento,
vigía de lo que no se ve
ni se nombre.

(Caminante, desprecia los senderos,
aprende a atravesar los campos:
los desiertos no están lejos.
Si hablas, detén el aliento.

A tu alrededor,
te agradecerán las palabras
que avivan las hierbas, las ramas,
justifican los días
y surcan el aire,
leves,
infinitas (quizás el último verso se hubiese visto mejor traduciendo hasta el infinito, pues el sentido parece exigirlo).

            La poesía nos hace mirar de otro modo que ver, nos conduce más allá de las apariencias, pues el poeta sabe quitarnos el barro de los ojos para ponernos en nuestra desnudez delante del misterio, de aquello sin lo cual la vida sería irrespirable. Es la poesía, Juan Ramón lo sabía, la que nos ofrece el nombre exacto de las cosas. Otro poeta español lo dijo también de manera admirable:

Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjanme muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.

            Quizás fuese mejor no hablar de la poesía para dedicarse a leerla; pero también yo soy hijo de mi tiempo y de mi historia (he estado a punto de escribir el último sustantivo en plural tal vez porque somos muchos y nuestro nombre hoy es Multitud). El poemario de Alhau me ha cautivado por la sencillez maravillosa de su decir; la ausencia del yo es la forma en la que se hace presente (y en esto he recordado a esa forma tan mal usada en la actualidad del haikú: los hombres del poniente sigue volviendo dinero lo que tocan). Lo siento, Lautréamont, pero la poesía no puede ser hecha por todos. Tal vez el poeta no nos entregue su biografía, pero siempre nos da su aliento, su espíritu. No hay poesía sin espíritu y en una sociedad en la que se extingue el espíritu, se acaban los poetas o son catalogados como locos. Algunos acabaron sus días en una torre; otros, en el Sena. Es posible que no nos interese el curso anecdótico de la existencia del poeta, pero sí su vida pues nos enseña a leer la nuestra. Sí, lo importante es lo que el poema piensa de mí.

            La poesía es capaz de llevarnos al exilio; nos hace pertenecer a un país que no aparece en los mapas pero que es nuestra única patria. Sí, todos somos reyes en el exilio:

Ne cherche plus parmi les récifs
la passe le plus sûre,
tu as découvert depuis longtemps
ces territoires lovés dans ta mémorie,
ces saisons à portée des souffle.
La terre, iceberg promis à la débâcle,
tu en es l’habitant incertain,
celui qui déserte au matin
quand les racines se délivrent
d’un arbre à peine ébauché.

Tu n’es plus de ce pays,
mais de cet autre
ignoré par les cartes.

Tu le nommes sans crainte.
Déjà il t’appartient.

Ya no busques entre los arrecifes
el paso más seguro,
hace tiempo descubriste
los territorios enroscados en tu memoria,
las estaciones al alcance del aliento.
De la tierra, iceberg destinado a la debacle,
eres el habitante incierto,
aquel que deserta al amanecer
cuando las raíces se liberar
de un árbol apenas delineado.

Tú ya no eres de este país
sino de ese otro
ignorado por los mapas.

Lo nombras sin temor.
Ya te pertenece.

            Poesía, en fin, para vivir cumpliendo el más hermoso sueño—el deseo al que tanto tememos, nuestra propia felicidad nunca solitaria—y que Rilke supo expresar de una manera tan admirable como hermosa:

Ein Wehn im Gott. Ein Wind.

            Es eso lo que nos entrega la poesía: Wind, souffle, ruah, pneuma, espíritu, viento, aliento… El aliento en el que fuimos creados, aquel que aleteaba sobre la faz de la Tierra al crearla. La poesía nos permite elevarnos en la plenitud de nuestro mundo.

            Por eso, y por mucho más, la lectura de este poemario de Max Alhau es algo más que recomendable.

            Shalom.

1 comentario:

Hutch dijo...

Interesante poesía. Supongo que donde dices "cuando las raíces se liberar", es "se liberan". Valga esto por lo de "quien" aplicado a mi gato. Saludos.