

Uno de los narradores españoles con más fuerza es, sin duda, el santanderino Álvaro Pombo. El recuerdo más temprano que tengo de él es una de sus apariciones en una tertulia televisiva; no recuerdo el año, pero me pareció un tipo realmente divertido y con una capacidad de contar maravillosa. El primer libro suyo que leí, años después, fue El metro de platino irradiado, que me encandiló no sólo por su estilo, sino sobre todo por el tratamiento de los personajes, algunos de los cuales tenían realmente vida propia, incluyendo entre éstos algunos secundarios que tiene realmente, contra el título de uno de sus relatos, sustancia. Desde aquella lectura me hice adicto a Pombo. Y es una adicción sana que te hace aprender -por ejemplo, gracias al escritor santanderino conocí a Meyer, al que Pombo usó como fuente para escribir la maravillosa Una ventana al Norte (espero no equivocarme porque estoy citando de memoria). El libro al que voy a referirme hoy está editado, como los dos anteriores, por Anagrama en la serie Narrativas Hispánicas: Álvaro Pombo, Aparición del eterno femenino contada por S.M. El Rey, Barcelona, Ed. Anagrama, 1993 (página: http://www.anagrama-ed.es/ ). Nació Pombo en Santander en junio de 1939, muy poco después del final de la Guerra Civil, Le tocó como a muchos una infancia de estrecheces; estudió Filosofía y Letras y en 1966 tuvo que marcharse a Londres ciudad de la que regresó en 1977. Álvaro Pombo no es sólo un escritor de talento, sino una persona de ideas que, además, sale a la plaza pública a defenderlas. Por esto también hay que felicitarlo.
Dos niños, el Ceporro y el Chino, ven interrumpida su tranquilidad con la llegada de una refugiada alemana: sin quererlo va trastocándolo todo, según cuenta el Ceporro (por algo es el Rey ya que tiene la palabra) en un estilo cercano y divertido, con el Pombo ha conseguido recuperar ese lenguaje que perdemos al crecer: el de la sinceridad apabullante porque no pretende ser sinceridad, sino sencillamente contar lo que me pasa: Pensar sin hablar no es nada fácil. Y resultaba que, entre unas cosas y otras, me había quedado sin con quién. ¿Con quién iba a hablar si con la abuela y con doña Blanca no se puede y con Rodolfo y con Belinda había ya gastado la mayoría de la pólvora en salvas que no valieron para nada? Y eso que lo que Belinda dijo sí que algo debió de valer, aunque ni me acordaba de qué dijo ni sabía para qué podía valer (pág. 74).
1 comentario:
EGO.
Leí este libro hace varios años, por consejo de un amigo, y me apasionó (a lo mejor me animo y lo vuelvo a leer) A través de él llegué a otras obras de Pombo: unas me gustaron más y otras menos.
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