UNA HERMOSA HISTORIA DE AMOR
La editorial Acantilado ha hecho muy buenas ediciones de autores centroeuropeos que de otro modo permanecerían desconocidos para los hispanohablantes. En esta ocasión vamos a hablar de un maravilloso libro de una autora japonesa, Hiromi Kawakami , El cielo es azul, la tierra blanca. Una historia de amor, Barcelona, Ed. Acantilado, 2009. Esta obra, que por lo visto ha sido llevada al cine, recibió en Japón el prestigioso premio Tanizaki y es la primera que de la autora se traduce al español.
Hiromi Kawakami, nacida el uno de abril de 1958 en Tokyo, había comenzado a publicar hacia 1980, pero sólo saltó a la fama en 1994 por Kamisama (Dios). Desde entonces se ha convertido en uno de los autores más populares de Japón. Reconozco que la literatura japonesa empezó a interesarme por un autor del que ya he hablado en esta gacetilla, Shûsaku Endô. De la misma manera, leo con interés a los poetas, teólogos y filósofos japoneses (sin se heiddegeriano, conste). La primera lectura que recuerdo, allá por el año 1978, fue la Teología de dolor de Dios (su título japonés, que memoricé, era algo así como Kami no Itami no Shingaku, de Kazoh Kitamori, editado por la salmatina Sígueme y que fue malentendido por buena parte de la crítica), que se adelantó unos años a las teologías europeas; pero claro, uno de los mejores comentarios que he leído sobre el himno de Filipenses se debe a un monje budista japonés, cuya delicadeza y profundidad son impagables. Lo cito con respeto: Keiji Nishitani, La religión y la nada, Madrid, Ed. Siruela, 2003. Como es sensato, me gusta la poesía nipona: hay haikús maravillosos (aunque, lamentablemente, se ha puesto de moda entra algunos autores occidentales pergeñar haikús como si fuesen churros: un poco más de respeto, señores. Por cierto, hago aguda la palabra, porque tiene mejor sonoridad: haikú).
He leído El cielo es azul, la tierra blanca (Sensei no Kaban, en mejor castellano sería: el cielo es azul; la tierra, blanca. Hay que cuidar estas cosas, por favor...) de un tirón y me ha cautivado como pocas novelas que haya leído en los últimos años. Es un relato muy simple y a la vez con una extraña profundidad, pues es capaz de decirnos lo más complicado en un lenguaje del todo simple—algo que, según Sábato, caracteriza a los buenos escritores. Se trata de la historia de un reencuentro o, si se prefiere, una historia de amor (como reza el súbtítulo) o incluso de la historia de dos soledades que se abrazan. El argumento se podría enunciar de muchas maneras.
Tsukiko Omachi, una mujer que bordea los cuarenta años, es encontrada por un antiguo profesor, Harutsuna Matsumoto, que anda por los setenta, en la taberna regentada por Satoru y comienza ahí una relación que irá transformando a los dos protagonistas. El libro narra con extremada delicadeza la historia de esta relación: empieza por ser compañía que alivia el peso de la soledad (el hecho de no beber solo) para acabar transformándose en un amor capaz de superar las barreras de la edad, pero también las de la educación.
Siguiendo una técnica impresionista, por llamarla así, Kawakami nos muestra la transformación que sufren los personajes con una lentitud extrema, con reiteraciones, acercamientos y desecuentros. Unos ejemplos:
“El maestro y yo no nos hablábamos.
“Eso no significa que no nos viéramos. Nos encontrábamos de vez en cuando en la taberna de siempre, pero no nos dirigíamos la palabra. Entrábamos, nos buscábamos con el rabillo del ojo y simulábamos no habernos visto. Yo fingía no conocerlo, y él hacía lo mismo conmigo.
“Todo empezó el día en que en la pizarra donde anunciaban el plato del día apareció escrito: «Hay guisos». Desde entonces había pasado un mes. A veces nos sentábamos de lado en la barra, pero no nos decíamos nada” (pág. 31).
“Eso no significa que no nos viéramos. Nos encontrábamos de vez en cuando en la taberna de siempre, pero no nos dirigíamos la palabra. Entrábamos, nos buscábamos con el rabillo del ojo y simulábamos no habernos visto. Yo fingía no conocerlo, y él hacía lo mismo conmigo.
“Todo empezó el día en que en la pizarra donde anunciaban el plato del día apareció escrito: «Hay guisos». Desde entonces había pasado un mes. A veces nos sentábamos de lado en la barra, pero no nos decíamos nada” (pág. 31).
“Había metido la pata. Un adulto debe evitar palabras que puedan desconcertar a los demás, y nunca debe decir nada de lo que pueda avergonzarse a la mañana siguiente.
Pero ya era tarde. Quizás se me había escapado por la falta de madurez. Yo nunca sería tan adulta como Takashi Kojima.
—Estoy enamorada de usted—repetí, como si quisiera asegurarme la victoria. El maestro me miraba perplejo” (pág. 136s).
Si algo cabe destacar de El cielo es azul, la tierra blanca es la delicadeza y la ternura con la que la autora describe una relación imposible. Sólo un pero a la edición: me parece que se debe cuidar algo más la sintaxis española, pues a veces se deslizan algunas incorrecciones que podrían haberse evitado—no cuento ahí la reiteración del verbo “enarcar” provocada por la falta de voluntad para los sinónimos. El libro, maravilloso, no defraudará a quien se acerque a devorarla en poco más de dos horas.
Shalom.
2 comentarios:
Muchas gracias por esta interesante reseña de "Sensei no kaban" (que, en mejor castellano aún, sería "El portafolios del maestro").
Queda claro que no defraudará este maravilloso libro... Pero sea quien sea el que en poco más de dos horas se acerque a devorarla -ya sea a Tsukiko o a Hiromi- le aviso que primero se las habrá de ver conmigo...
Novela reconfortante. ¡Gracias por la recomendación! Lo de dos horas, es un mal decir, porque su ritmo pausado es mejor saborearlo en pequeñas y lentas dosis. Saludos.
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