martes, 30 de marzo de 2010
Es mejor
Vattimo una vez más

domingo, 28 de marzo de 2010
Antisemitismo

Empieza la Semana Santa y sería bueno que nos parásemos a meditar un poco sobre algunas cosas realmente muy importantes, pero que suelen permanecer ocultas. Como hoy no quiero ser cargante (bastante lo estoy siendo con mis reflexiones sobre Vattimo), me limitaré a señalar que los textos evangélicos de la pasión son una fuente inagotable contra el antisemitismo que, sin embargo, en ocasiones quiso decirse de inspiración cristiana. Eso suena a blasfemia y es una blasfemia: Jesús era judío, sus discípulos lo eran también; su padre, también; La Virgen María fue, por supuesto, una judía piadosa... Hasta el siglo III la mayoría de los cristianos eran judíos, que sólo necesitaban dar un paso de su sinagoga a la nueva sinagoga, la iglesia, que solía estar en el barrio judío como no podía ser menos. Véase el librito de Rodney Stark, La expansión del cristianismo, Madrid, Trotta, 2009.
Un antisemistismo cristiano no es sino un anticristianismo cristiano. A Jesús, a sus padres y sus discípulos los hubiesen liquidado también en Auschwitz... Esto debe decirse a voz en cuello: la fe cristiana no debe dejar ningún resquicio para esa corrupción del espíritu. Recordemos siempre que los cristianos son también hijos de Abraham... El antisemitismo ha sido siempre y será siempre una forma de anticristianismo aunque esté patrocinado por gentes camufladas de cristianos.
Inteligenti pauca.
sábado, 27 de marzo de 2010
Seguimos con Vattimo
DESPUÉS DE LA MUERTE DE DIOS. 4
El primer capítulo, escrito por G. Vattimo, se titula “Hacia un cristianismo no religioso”. Comienza con el reconocimiento de la relación entre conocimiento e interés (por cierto, el título de uno de los mejores ensayos de J. Habermas). Se nos explica que todo conocimiento requiere perspectiva y que en ésta se encuentra inserto el interés—al fin y al cabo, Da-sein. También la pretensión científica está movida por un interés: “los científicos no se mueven por el impulso de verdad” (pág. 50). Esto quiere decir: todo conocimiento implica una perspectiva. Siguiendo a Heidegger afirma Vattimo que “no hay experiencia de verdad que no sea interpretativa. Yo no conozco nada que no me interese. Si algo me interesa, es evidente que no lo contemplo de modo desinteresado” (pág. 50). No entraré aquí en la necesaria circularidad de estas afirmaciones, porque eso nos llevaría a problemas epistemológicos prácticamente inacabables (una vez más: interpretación), pero sí pondré de manifiesto que, además de la relación evidente de esta posición con las ideas de T. S. Kuhn, en el trasfondo asoma el rostro, quizás perplejo, de K. Popper, puesto que según éste la observación pura no existe, sino que siempre se produce en el marco de nuestras teorías. Y digo “perplejo”, porque sin duda al austríaco le hubiese resultado curioso encontrarse en semejantes compañías. Ahora bien, Vattimo amplía ese marco a la tradición y a la comunidad*. Todo esto tiene una lectura kantiana: las estructuras a priori, pero la diferencia entre Kant y Heidegger es, nos dice Vattimo, el descubrimiento antropológico de otras culturas. Corolario antihegeliano: no es posible alcanzar un saber absoluto, pues hay culturas que tienen sus propias estructuras**. Todo este viaje para acabar en que nos acercamos al mundo siempre interesadamente. Pero la diosa ¿no fue convocada a cantar la cólera del Pelida Aquiles, que tantas desgracias causó a los aqueos? La diosa no cantó la objetividad de la guerra...
Es en el interés, que sólo puede pertenecer al sujeto, en donde se produce el cruce con la interpretación no religiosa del cristianismo que Vattimo nos quiere proponer, pues el cristianismo “realizó el primer ataque contra la metafísica interpretada exclusivamente como objetividad” (pág. 54). Aquí se nos remite a san Agustín que, contra la afirmación de Nietzsche, no anuncia sino el fin de la idea platónica de objetividad. Aquí parecen seguirse las huellas de Dilthey (al que siguió sin reconocerlo Heidegger), pues lo decisivo del cristianismo es la atención que presta a la subjetividad... claro que Vattimo se ve obligado a añadir: “también trae consigo la preocupación por los pobres, los indefensos y los marginados” (pág. 55). Desde aquí el italiano nos vuelve a llevar a la negación de que haya una perspectiva privilegiada (se acabó así la tiranía de la ciencia***): hay diferentes lenguajes con diferentes reglas que nos acercan a los fenómenos de diferentes maneras. Esto implica que se deben respetar las reglas y que no todo vale, pero que tales reglas no se pueden llevar a un lenguaje diferente (nuestro amigo Wittgenstein). El cristianismo, al hacer posible al sujeto kantiano, nos dice Vattimo, contribuye a una filosofía de la interpretación: “efectivamente, incluso la posibilidad de teorizar se debe al hecho de que vivimos en una civilización cristiana” (pág. 58). De hecho, Vattimo sostiene que el cristianismo es interpretación cuyo agente es Cristo. Dicho de un modo más teológico: el Espíritu y no la letra. Esto me parece cierto sin ninguna duda, pues en contra de lo que se escucha hoy habitualmente (incluso a sesudos fenomenólogos) el cristianismo no es una religión del libro, ya que su fundamento es una persona, Jesucristo.
Es en esta parte donde se produce la pitanza teológica vattimiana. No entraré en los problemas propiamente histórico-críticos (pero me parece evidente que el evangelio de Marcos es anterior al 60), pero sí deseo—y supone tal vez dar la razón al italiano, aunque por un camino que él no ha elegido—dejar claro que el texto no fue nunca tan relevante como la experiencia. Quien conozca algo de la redacción de los textos neotestamentarios podrá matizarlo, pero no discutirlo: si la fe cristiana puso en marcha una tradición que interpretó una y otra vez fue porque lo decisivo fue siempre la realidad a la que apuntan los textos y no lo textos mismo (y esto es puro santo Tomás, conste). De hecho, Jn 1, 18 dice: Θεὸν οὐδεὶς ἑώρακε πώποτε· μονογενὴς υἱὸς ὁ ὢν εἰς τὸν κόλπον τοῦ πατρὸς, ἐκεῖνος ἐξηγήσατο, donde el verbo ἐξηγέομαι tiene una importancia decisiva: quien hace exégesis de Dios es el Hijo Unigénito****.
Aquí Vattimo, a partid de una cita de Benedetto Croce, hace ver que “sólo podemos hablar desde un punto de vista cristiano” (se refiere, claro, a los que estamos en la tradición cultural europea). Cita a Voltaire como ejemplo de posicionamiento a favor del cristianismo contra, por decirlo así, la cristiandad. Sin duda, Vattimo tiene razón en que en el cristianismo hay un compromiso fundamental por la libertad: basta con recordar que la Pascua era, básiamente, una fiesta de la libertad y que su reintepretación cristiana referida a Jesús mantiene el Éxodo como clave herméutica básica; pero nuestro amigo italiano añade de manera provocadora: “comprometerse con la libertad supone liberarse de (la idea de) verdad”. Mi problema viene con el significado del paréntesis, porque no es lo mismo—ni implica lo mismo—la idea de verdad que la verdad en sí misma. A esto se debe añadir un matiz importante porque se usan como sinónimos “verdad objetiva” y “verdad absoluta”. Me parece evidente que no se puede renunciar sin consecuencias graves (no sólo espistemológicas) a la noción de verdad objetiva. Vattimo deja constancia de que todas las formas de autoritarismo “están basadas en ciertas premisas de naturaleza metafísica” (pág. 62); pero esto no es tan claro como el italiano nos quiere hacer creer mediante una simple aseveración: debería probarse, pero el italiano se ha ahorrado las pruebas—quizás porque sería recaer en la metafísica, más así se queda en el terreno de lo puramente opinable.
Piensa Vattimo que el cristianismo nos libera de la verdad objetiva. ¿Qué se quiere decir con esto? No lo que uno sospecha en un primer momento y que la llevaría a cargar lanza crítica en ristre ante la circularidad argumentativa (salvo disolución instantánea como en el caso de relativismo). Lo que Gianni Vattimo quiere decir es que la autoridad no puede sacralizarse y que nadie está—nadie—en el ojo de Dios; por lo tanto, nadie en este mundo alcanza la verdad absolute. Semejante golpe antihegeliano me parece certero, pero la tradición cristiana no lo hace renunciando a la verdad objetiva, sino a su carácter escatoógico, puesto que queda referida a Dios. Juan Crisóstomo comenta el pasaje de Jn 8, 32 (καὶ γνώσεσθε τὴν ἀλήθειαν, καὶ ἡ ἀλήθεια ἐλευθερώσει ὑμᾶς) diciendo que la verdad—ἀλήθεια—no es una cosa, sino una persona, Jesucristo. Lo que Vattimo está apuntando, aunque no lo dice, es la diferencia en la manera de entender la verdad en la tradición metafísica de cuño griego y en la tradición bíblica. En ésta la verdad es dinámica y no se encuentra en un mundo paralelo, que sería el verdadero. El cristianismo no es, desde luego, platonismo como Nietzsche pretendió, aunque quizás sólo de una parte de la tradición cristiana. Paul Valadier publicó un excelente libro sobre esto, su tesis doctoral, allá por finales de los años setenta. Pese a todo, ambas tradiciones están vivas—y en buena parte eso es la conciencia europea, que existe con una fisura difícilmente superable.
Lógicamente, abandonar la pretensión de una verdad absoluta es necesario salvo para aquellos que pretenda ocupar el lugar de Dios. Y aquí convendría recordar algo con toda la seriedad del mundo: para aquellos que mantienen que Dios ha muerto, su lugar está vacío y se apresuran a ocuparlo*****. La imagen cristiana de Dios, transcendente y marcada escatológicamente, hace imposible la pretensión de alcanzar una verdad absoluta: siempre queda espacio para la interpretación. Vattimo hace ahí referencias a la interpretación de la Escritura. Sólo haré dos observaciones sobre esto para terminar hoy: en primer lugar, cabe recordar que lo decisivo en la fe cristiana es una persona y no un libro. Y, en segundo lugar, convendría a muchos leer el documento de la Pontificia Comisión Bíblica La interpretación de la Biblia en la Iglesia, porque en él se procede a una sensata reflexión sobre el modo de entender el texto bíblico. Y otro día acabaré este comentario, que se alarga ya excesivamente.
* Recuérdese la historia del astrónomo en El Principito.
**De nuevo la circularidad de los argumentos, pues ¿qué son las estructuras sino formas culturales? Al menos, en principio, una tautología... salvo que avancemos a la hegeliana con lo cual se produce la esperada venganza del de Sttugart. La paradoja hegeliana: quitarle la razón es, a la postre, dársela.
***Desde pequeño siempre me llamó la atención el signo de igualdad en los problemas de matemáticas... ¿qué significa? La primera reflexión que leí sobre el asunto fue la que hizo Heidegger. En cualquier caso, para acabar con una perspectiva privilegiada... ¡la escalera de Wittgenstein! del que Vattimo saca provecho un poco más abajo.
****Son posibles dos traducciones de este versículo, pero en ambos casos el verbo ἐξηγέομαι sigue siendo decisivo, ya se trate de “explicar” o de “conducir”, pues en ambos casos quedamos referidos al intérprete o guía.
*****La paradoja de Chesterton: Desde que los hombres han dejado de creer en Dios no es que no crean nada, es que se lo creen todo.
miércoles, 24 de marzo de 2010
Sigamos con Vattimo
DESPUÉS DE LA MUERTE DE DIOS. 3
Entremos un poco en el pensamiento de Vattimo (siguiendo aún en la introducción). La ontología débil (el pensamiento débil) nos dice que “nihilismo y emancipación van de la mano”, pues supuestamente es la disolución de los fundamentos lo que otorga libertad. ¿Qué quiere decir con esto? Sería preciso reconstruir todo el pensamiento del filósofo italiano, pero citaré: Una ontología débil o, mejor dicho, una ontología de la debilidad del Ser, proporciona razones filosóficas para preferir una sociedad tolerante, progresista y democrática antes que una autoritaria y totalitaria (pág. 31 citando Nihilismo y emancipación: ética, política, derecho). Una primera observación que no me parece fútil: no es lo mismo una “ontología débil” que una “ontología de la debilidad del ser”; jugando con una anfibología (“ontología débil”) se nos da gato por liebre, porque el adjetivo califica al sustantivo. Lo he dicho otras veces, la corrupción de lo mejor es lo peor—y el lenguaje es nuestra mejor herramienta si es que sólo es eso. Por otra parte, asumiendo el peligro de ser tachado, diré que las palabras “tolerante, progresista y democrático” no significan nada fuera de contexto. Lógicamente, en abstracto cualquiera las prefiere a “autoritario y totalitario”, pero cabe preguntar si, por ejemplo, no es la noción moderna de progreso la que convirtió los siglos XIX y XX en un matadero* y es responsable de la situación actual del planeta. ¿A qué jugamos? Parece que a las palabras sin significado... Vale que se afirme: “el nihilismo es sinónimo de hermenéutica”, pero ¿qué dice ahí “nihilismo”? Si se dice el proceso de secularización de la Modernidad, entonces la hermenéutica sólo sería el espíritu de la época... ¿O se quiere decir algo más? Porque Vattimo rechaza un “nihilismo negativo”. Esta expresión parece implicar otro nihilismo ¿o se trata de aquello que Levinas llamaba otro modo que ser porque no queremos esencias fijas? Pero me temo que nihilismo sigue significando la pérdida de fundamento; pero entonces ¿no caemos nietzscheanamente hacia todos lados porque no hay ya ningún lado? Vattimo puede buscar apoyo en Heidegger en la recusación de la búsqueda de un fundamento**; curiosamente, los modernos y los posmodernos buscan autoridades en las que apoyarse... Todo esto tiene que ver, sin duda, con esa pluralidad de cosmovisiones que nos invade y con el hecho de que todo se hace interpretable, no hay un único punto de vista posible pero ¿no habrá que decidir entre las interpretaciones?
Precisamente lo que caracteriza a la sociedad moderna es, según Vattimo, haberse convertido en una sociedad de los medios de comunicación de masas. Esto implica, según parece, que nos emancipamos (¿de qué?) y alcanzamos un pluralismo babélico... Lógicamente, el italiano no piensa que la presencia masiva de medios de comunicación produzca una homogeneización de la sociedad, sino más bien todo lo contrario. Pero creo que estamos en la obligación de preguntarnos si eso es realmente así. Y la respuesta es “de ninguna manera”. Evidentemente, siento veneración por Horkheimer y Adorno, pero no hace falta remontarse a ellos para ver que la industria de la cultura no es otra cosa que la del entretenimiento y que, rascando en la apariencia babélica, se encuentra una homogeneización total de los modos de vida (que ha barrido buena parte de las culturas del planeta) y de pensamiento (que ha terminado con toda verdadera oposición, algo implícito en el concepto de progreso que está vacío de contenido escatológico). Esta homogeneización se ha producido vía irrelevancia de las ideas que han sido puestas a competir como objetos de consumo en el mercado. Por lo tanto, establecer una conexión entre esta sociedad dominada por los medios de comunicación de masas y la libertad no sólo me parece poco sensato, sino incluso peligroso, pues acabamos poniendo la libertad en función del mercado. En mi modestísima opinión es lo que le sucede a Vattimo, que no ha superado el concepto burgués*** (moderno) de libertad. En efecto, porque la Modernidad al pensar la libertad como racionalidad y la razón como necesidad, acabó haciendo de la libertad el conocimiento de lo real y pura aceptación de lo dado****.
Como me estoy alargando, lo seguiré haciendo con dos observaciones: ¿alguien puede pensar que en nuestra sociedad real los medios de comunicación representan de verdad una pluralidad efectiva? Lo he dicho muchas veces: los medios de comunicación tienen dueños, amos. Sólo habría que hacer una lista de empresas (¡entiéndeme, lector!) para ver dónde están sus intereses. Una vez que los modos de vida se han hecho idénticos*****, las ideas son todas tolerables, porque se han vuelto irrelevantes. Al final, todos somos determinados realmente por nuestra capacidad de consumo... incluso del consumo informativo.
Y por último hoy, si la libertad es una desorientación en virtud de la disolución de la realidad, ¿hay algún hacia? Pero si no hay un hacia, todas las opciones devienen irrelevantes. Esto Vattimo no lo ha querido ver, porque necesita debilitar cualquier ontología preso de la ecuación verdad=poder característica de la Modernidad. Por lo tanto, Vattimo no alcanza a pensar una libertad desde la debilidad: el verdugo y su víctima quedaría equiparados. Sé que el italiano protestaría vehemente contra semejante afirmación, pero es el precio que paga por sus raíces heideggerianas. Encontrará “la” religión quizás al final del proceso (sin preguntarnos todavía que es eso de “la”), pero será últimamente irrelevante porque no hay ninguna ultimidad. Se renuncia a Dostoyevski y con él a la apocalíptica y a la escatología. El amor de Cristo está al principio (Aliocha) por eso se puede encontrar al final (Iván, pero también Vattimo). Mañana, si puedo, seguiré, aunque tengo para mí que todo esto lo hemos leído sólo Dios y yo, y como le dijese Hegel a uno de sus ínclitos alumnos, ahora lo entiende sólo Dios.
*Todos sabemos qué ése es el adjetivo con el que Hegel califica la historia (no tan curiosamente como podría parecer, Félix Duque publicó un artículo titulado “¿Es ideal la realidad virtual? Hegel y los espectros” y el primer capítulo de J. D. Caputo en nuestro libro lleva por título “Hermenéutica espectral”). Se olvida que en las raíces de la Modernidad no sólo están las primeras masacres sistemáticas, sino las campañas napoleónicas que dejaron devastada Europa (de ahí el calificativo hegeliano); pero también el sacrificio de generaciones enteras de trabajadores en nombre del progreso.
**De hecho, el agnosticismo moderno es poco más que ateísmo lingüístico mal adobado: fundamento no significa, pero no vayamos a entrar aquí en otras polémicas.
***La libertad burguesa es el concepto de libertad que surge, precisamente, de la comprensión de ésta como instrumento (o como valor): es la autoposición del sujeto (burgués/moderno) que se define a sí mismo como propiedad y en función de sus propiedades. Conlleva necesariamente una exaltación del propio “yo”, entendido ya como centro desde el que se comprende, que acaba entendiendo todo “otro-diferente” como oposición y obstáculo (libre competencia en las condiciones imperantes del mercado). Este ser-obstáculo de todo otro concluye necesariamente en el ateísmo como clausura cabe sí mismo. Por eso cabe definir la fe cristiana como grieta. Esto implica, me parece, que siempre se encuentra en la periferia.
****Así claramente en Hegel y todos sus discípulos—incluido Marx. La racionalidad de las estructuras (sean materiales o ideales) acaba conduciendo a la libertad al campo de la aceptación—todo lo crítica que se quiera, pero aceptación—de la necesidad de los procesos sociales. Libertad y necesidad coinciden. Fue precisamente de esta trampa diabólica de la que quiso escapar Nietzsche y es la línea que pretenden aprovechar, solo a medias, Vattimo; pero ése es otro tema.
*****Por eso es tan hermosa la acusación que a veces se hace a los cristianos de incoherencia: porque se supone, con acierto, que la fe no es sólo un modo de pensamiento, sino sobre todo una manera de vivir, un estilo de vida. En esa acusación late aún débilmente la esperanza de la conciliación de nuestra imaginación con el mundo real.
Shalom
martes, 23 de marzo de 2010
Gianni Vattimo. 2

DESPUÉS DE LA MUERTE DE DIOS. 2
- Los conceptos significan en contextos y el lenguaje del cristianismo—vía declaraciones dogmáticas: Trento—quedó fijado en categorías medievales justo cuando tales categorías eran abandonandas. No conozco aún a nadie medianamente sensato que haya abordado este problema y si alguno lo conoce, estaré encantado de tener noticia de él.
**Cabe recordar que J. Toland, el lugarteniente teológico de Newton, fue capaz de hablar de un cristianismo sin Cristo; pero se debe mantener que una imagen de Dios que no sea capaz de soportar la cruz de Cristo no tendrá ningún cuño cristiano. Theologia crucis, ¿no?
***Esta situación no era nueva e incluso tiene profundas raíces bíblicas. No sólo hay que pensar en la crisis que refleja 1Tes; podemos mirar más atrás, al Deuteoisaías, y la crisis profundísima que supuso la destrucción de Jerusalén y el Destierro: No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo. El problema siempre sin resolver es el de la esclerosis de las fórmulas. Habría que darle una oportunidad a la metáfora.
lunes, 22 de marzo de 2010
Gianni Vattimo

DESPUÉS DE LA MUERTE DE DIOS. 1
Para Efraim Rieß
Vattimo siempre promete. Conozco su obra desde hace años cuando llegó a España de la mano del pensamiento débil (tan malentendido a veces por tan mal explicado por algunos: no todo en el monte es orégano, desde luego, y para la filosofía más valiosa es una trufa, pues el oficia de filósofo no se diferencia mucho del noble arte porcino de hocicar). Su interpretación de Nietzsche pero sobre todo de Heidegger levantaron ampollas del lado francés y, sobre todo, del germano: ¿Un italiano dando lecciones sobre alemanes? Un reproche similar oyó Guardini en una época mucho más obscura—como las calles tristes llenas de estrellas amarillas. Se decantó Vattimo por la hermenéutica profundizando en una ontología débil que acaba, tras las huellas de Gadamer, con la hermenéutica como recusación de toda metafísica. En fin, si el de Röcken la emprendió a martillazos con Platón, ¿por qué un italiano no podía hacerlo con Aristóteles? Por cierto, yo le tengo simpatía al Filósofo y no sólo por el Aquinate, sino porque ha soportado mil y una veces que lo saquen de su contexto. Como nos dejó dicho el gran Guthrie, Aristóteles no tenía un pelo de tonto. De hecho, aún hablamos de él, que nunca será una simple nota a pie de página. Volvamos a Gianni, que ha terminado mezclando su vida personal con su filosofía; esto lejos de ser un reproche es una expresión de mi profunda admiración por el turinés (le hubiese venido bien nacer en Florencia, pero nadie puede tenerlo todo) pues ha procurado superar la escisión tan burguesa como moderna e ilustrada entre público y privado. En esto ha sido, como en otras muchas cosas, un cristiano cabal. Y no tengo reparos en tributarle reconocimiento por ello. Políticamente comprometido, aunque haya dejado la política de partidos, sincero (léase No ser Dios), asumiendo con honestidad y alegría su homosexualidad, participativo y simpático, Vattimo es sin duda uno de los filósofos europeos más conocidos, aunque no me parece que sea de los más influyentes.
Cuando Filippo Brunelleschi subió a la formidable cúpula de la catedral de Florencia para proclamar que la Edad Media había terminado y que allí mismo comenzaba la Modernidad, no podía imaginar que cinco siglos después muchos intentarían imitarle, pero sin tomarse el trabajo de hacer algo tan hermoso como él. A principios de los sesenta un fantasma empezó a recorrer Europa: la Modernidad ha muerto. Ciertamente, la historia de Brunelleschi es falsa, pero me sirve de índice para manifestar lo absurdo de la muerte de las épocas. Sin embargo, desde los setenta vivimos con la creciente presión del cadáver cuyo certificado de defunción parece tener origen francés y, para más inri, deconstructivo cuando no estructuralista. Es verdad que hay un tal Daniel Bell que escribió Las contradicciones culturales del capitalismo, y que a él se debe la noción de sociedad posmoderna* (postcapitalista); pero como el pobre Bell fue señalado como burgués por otros profesores, algunos de los cuales tenían su mismo sueldo y trabajaban también en Harvard, se le orilló. Algún día se reconocerá la deuda (espero con verdadera esperanza). No quiero entrar ahora en las polémicas de la posmodernidad. En España han sentado particularmente mal e incluso un buen vendedor de libros ha creado la palabra ultramodernidad para aliviar el peso de la otra palabreja.
Shalom
martes, 16 de marzo de 2010
Wisława Szymborska

ELLA FITZGERALD EN EL CIELO
Le rezaba a Dios,
le rezaba ardientemente,
para que hiciera de ella
una feliz chiquilla blanca.
Y si ya es tarde para esos cambios,
pues al menos, Mi Señor, mira cuánto peso
y quita de aquí como poco la mitad.
Pero el misericordioso Dios dijo No.
Simplemente puso la mano en su corazón,
le miró la gargante, le acarició la cabeza.
Y cuando todo haya pasado—añadió—,
me llenarás de júbilo viniendo a mí,
mi alegría negra, mi tonel cantarín.
Si no hay dulzura en estas palabras, no sé dónde se podría encontrar. Es un poema de la magnífica Wisława Szymborska en Aquí, Madrid, Bartleby Editores, 2009. Sin embargo, hoy no quiero hablar de este hermoso poemario, muy recomendable, sino de otra obra de la escritora polaca, premio Nobel de Literatura en 1996*. Me refiero a Lecturas no obligatorias. Prosas, Barcelona, Ediciones Alfabia, 2009 (el prólogo y la traducción son de Manuel Bellmunt Serrano). Se trata de reflexiones, llenas de un penetrante sentido del humor, sobre las lecturas que no suelen hacerse. El libro, como señala la autora, es a veces el tema central, pero otras veces es sólo la ocasión de hacer algunas reflexiones: Y una cosa más, lo digo de corazón: soy una persona anticuada que cree que leer libros es el pasatiempo mása hermoso que la humanidad ha creado. El homo ludens baila, canta, realiza gestos significativos, adopta posturas, se acicala, organiza fiestas y celebra refinadas ceremonias. Para nada desprecio la importancia de estas diversiones: sin ellas, la vida humana pasaría sumida en una monotonía inimaginable y, probablemente, la dispersión. Sin embargo, son actividades en grupo sobre las que se eleva un mayor o menor tufillo de instrucción colectiva. El homo ludens con un Libro es libre. Al menos, tan libre como él mismo sea capaz de serlo. Él fija las reglas del juego, subordinado únicamente a su propia curiosidad. Puede permitirse no sólo leer libros inteligentes de los que aprenderá cosas, sino también libros estúpidos de los que algo sacará. Es libre de no leer un libro hasta la última página, y de empezar otro por el final e ir retrocediendo. Puede echarse a reír en un punto no destinado a ello o, de repente, detenerse ante unas palabras que recordará durante el resto de su vida. Y, finalmente, es libre—y ningún otro pasatiempo puede ofrecerle esto—de escuchar de qué habla Montaigne o de zambullirse en el Mesozoico por un instante (págs. 22s). De esto, precisamente, va Lecturas no obligatorias.
El libro se lee de un tirón y me dio una pena tremenda terminarlo, pues disfruté mucho, me reí y aprendí también que algunas observaciones triviales son de una gran profundidad. A veces somos superficiales porque somos profundos: semejante sentencia, de cuño nietzscheano, le viene como anillo al dedo a este libro de Szymborska (¿cómo se pronunciará este apellido? Creo que sólo los holandeses son aún más difíciles...). La autora nos ofrece una galería formidable de lecturas: desde moda hasta biología pasando por la antropología. En cada lectura hay alguna observación sabrosa, cómica muchas veces, que nos demuestran que hasta los malos libros pueden hacernos pensar y dejan patente que la autora tiene una gran cultura, pero sobre todo un fino olfato para hacer surgir la extrañeza de la monotonía cotidiana. Pensando en los vagos—ésos lectores que alargan la lectura de los libros como se alargan las interminables tarde de un verano infantil—diré que Lecturas no obligatorias se lee muy cómodamente, pues los capítulos son breves como conviene a una gran poeta (una vez más: no poetisa, ¡por favor!).
Y en honor a Ella, una canción más. Y muy hermosa.
*No pienso, empero, que ser premio Nobel de Literatura tenga una especial relevancia... Basta mirar la lista de los premiados: hay de todo; pero tampoco es un argumento en contra del escritor, conste.
Shalom.
lunes, 15 de marzo de 2010
domingo, 7 de marzo de 2010
Una novela sin imaginación. Ron Currie

PERO ¿ERA UNA NOVELA O UN VIDEOJUEGO?