ESTE AÑO PREFIERO EL ACCÉSIT
La verdad es que ya no sé si cada
vez escribo menos por cansancio o si, siendo cada día más consciente—quizás para
mi propia desgracia—de la importancia de escribir con corrección, me atrevo a
hacerlo con menos frecuencia. De todos modos, dados los ingentes ingresos que
me proporciona esta gacetilla, tal vez lo mejor sea ir alejando en el tiempo las
entradas no sólo con el sano fin de no cansar, sino sobre todo de no aburrir
diciendo lo que se puede leer, y mejor escrito, en otros sitios, pues aquí se
conjugan dos realidades: lectura y escritura,
casi como si volviese a párvulos, aquel Párvulos D del Colegio San José SS.CC.
donde ya no recuerdo si hice mis primeros pinitos con las letras. Que mis
compañeros de entonces me perdonen si ilustro este recuerdo con una fotografía,
aunque la primavera no es tiempo propicio para la nostalgia; forse nessuno
è, così Nessuno ha il diritto di sentire il dolore di casa, vero
nostalgico (y me perdonarán mi italiano de pena), pero esta mañana de
domingo parece haberse quebrado una copa dentro de mi alma.
He seguido leyendo un poco de todo,
como acostumbro. Tengo sobre mi mesa el último poemario de Vicente Gallego,
cuyo hermoso título, Cuaderno de brotes (Valencia, Pre-textos, 2014), es
una invitación a una lectura aún no comenzada. También reposa ahí, entre cereza
y rojo, Canciones para una música silente (Madrid, Siruela,
2014), de Antonio Colinas: extraño el caso de un leonés que convierte a
la mar en mujer, como los hombres de la costa. Sin embargo, tampoco hablaré de
él. Ni siquiera de dos obras recientemente publicadas por Abada (que nos sigue
debiendo parte de las obras completas de Walter Benjamin); una de Miguel
Requena Jiménez, Presagios de muerte. Cuando los dioses abandonan al
emperador romano; y el muy recomendable y extenso ensayo de Johann
Chapoutot, El nacionalsocialismo y la Antigüedad, que nos advierte
del riesgo de convertir la historia en ideología. No, tampoco quiero hablar de
ese tipo extraño, con vocación de fundador de religión, Georges Bataille,
cuya obra Lascaux o el nacimiento del arte, Madrid, Arena Libros, 2013,
cayó en mis manos por casualidad y que me ha hecho recordar los tiempos en que
me apasionaba la lectura de André Leroi-Gourhan porque sentía el latido
del tiempo entre mis manos. Podría referirme tal vez a la Ciberteología.
Pensar el cristianismo en tiempos de la red, de Antonio Spadaro
(Barcelona, Herder, 2014), cuyo comienzo me ha llamado la atención porque tengo
la sensación de que se le ha colado sin crítica la mayor. Preferiría hablar del
Accésit del último Adonáis, que me ha gustado más que el Premio, Áspera nada,
de Juan Meseguer (Madrid, Rialp, 2014).
EFECTO LÁZARO
A lo lejos, la fe te hace señales;
qusieras descrifrarla.
Es una llama viva.
Tú y yo
llevamos varios años muertos.
Nos queda la esperanza
del efecto Lázaro:
que a través de la noche de los tiempos
nos llamen unos ojos
rugientes como tigres de Bengala.
Se lee bien el poemario y el ritmo
de los versos te lleva adelante entre la alegría y la negrura, como una ola
celeste que amenazase tormenta. Quizás sea un augurio de lo que me falta,
porque ¿no somos precisamente lo que nos faltan, nuestra propia ausencia que
reclama una mayor e innombrable? La belleza… ¿cuántas veces le habré dado
vueltas al asunto del arte en los últimos años? Aterricé hace años en ese campo
llagado de expertos agrimensores desde la exégesis debido a la sabiduría de
Miguel Pérez del Valle, que tenía el don de poner una duda en cada una de mis
certezas. Ahora, cuando leo algunos poemarios malos (que no cito, porque puedo
equivocarme) o contemplo supuestas obras que no son sino mercadotecnia
aprendida en talleres de creatividad, me asaltan dudas: ¿qué es una obra de
arte? ¿Y por qué parecen desentenderse de la apertura al mundo y sólo consagran
su clausura siendo así que sus raíces cristianas son innegables? Cierto,
nosotros—que no somos hiperbóreos, sino meridionales—podemos interpretar, pues
la obra está siempre más allá de las intenciones de su autor: toda verdadera
obra de arte se escapa siempre, pues la explicación nunca la constituye; mas
¿qué sucede con esas obras informales cuya duración coincide con su ejecución y
de las que no queda partitura alguna?
Debería hablar de poesía o de
novela, tal vez de ensayo. Lo he dicho: este año prefiero el Accésit. Dámaso
enseñaba, poeta-profesor, que la auténtica poesía es religiosa: los creadores
huelen lo invisible, aunque oler no sea la expresión correcta. Quizás sienten
lo que no se puede sentir—y más tarde algunos harán reflexiones que ya no son
poesía usando herramientas equivocadas. Así las cosas, y como tengo una
tendencia notable a la estupidez, la otra tarde me asaltó una pregunta, copiada
casi literalmente de Adorno: ¿cómo podemos crear arte hoy después de
tanto negro? La negra columna de humo, Shoá, ofende al Cielo; pero ¿cómo
podemos contemplar arte después de esto? ¿No acaba siendo esto también un acto
de barbarie?
Y me asaltan los recuerdos del
camino. Una tarde de hace muchos años, lleno de infelicidad, salí a la calle
con un libro de José Julio entre las manos. Tenía la esperanza insensata
de dejar a mis espaldas toda pesadumbre. Caminé hacia la Plaza de Cuba por
República Argentina y al llegar me detuve delante de la entrada del Centro de
Estudios Hispano-Cubanos (el antiguo convento de Los Remedios y que yo, con una
penosa ilusión, de niño soñaba llenar de libros algún día). Allí fue a sentarme
en un banco de ladrillo; delante de mí estaba el busto severo de José Martí,
metiendo la barbilla y mirándome ciego. Leí los poemas. Mi pesadumbre no quedó
atrás, José Julio, pero tus palabras consiguieron transfigurarla y vi todo
con otra luz, en una grieta que rasgaba lo negro. No, no hay poesía cristiana:
hay poesía a secas—buena o mala—, porque la fe no es algo que se superponga a
la realidad: ¿no lo supo Juan de la Cruz? Quizás por eso prefiero el
Accésit: porque no ha tenido miedo y ha escrito belleza.
Se alzarían contra mí, si yo tuviese
alguna importancia, las turbas furibundas de una modernidad que se ahogó en el
siglo XX, muchedumbre de agrimensores que ponen precio a lo que no tiene tasa.
Quien me conoce sabe que no soy posmoderno (pese a mi afecto a Vattimo sobre
el que he leído hace poco un libro escrito por José Miguel Núñez, A
vueltas con Dios en tiempos complejos. Conversaciones con G. Vattino,
Madrid, Khaf, 2013, que una mano amable me trajo desde Madrid, porque la editorial
que no tiene distribución en mi Insólita Ciudad); si algo soy, es premoderno o
refractario. Sí, Belleza: quieren una definición minuciosa, contable,
escrupulosa y nimia; una definición exacta, inequívoca y tan matemática que
aleje cualquier posibilidad de entender la belleza para seguir haciendo
negocio; pero la belleza no es una cosa, sino que, como Dios, acontece
como impacto. “Aquí estoy”, nos dice alegre, y con ese deslumbramiento nos
basta.
Por eso,
LA TÚNICA CELESTE
¿Dónde metes tu túnica, negra noche
estrellada, que así te la has manchado, en qué aceite de perplejidades, en qué
polvo de luz, en qué tinta de espejos?
(Vicente Gallego)
Y también,
Sé que la noche
de primavera
oculta la nieve rosa
de los cerezos.
Sé que bajo la noche de invierno
duerme la primavera
sobre la nieve rosa
de los cerezos.
Yo sé que el fruto de los cerezos
es el otoño de la vida,
lo que dura el resplandor
ardoroso
de un verano,
lo que dura el incendio
que ha arrasado un bosque.
(Antonio Colinas)
¿Por qué no?
LAS MAÑANAS
De las mañanas
apenas retiraré tu voz
Despoblada
Sin promesas
sin barcos
y sin casa
No retiraré el rocío de las almenas
No retiraré el pulso de la enramada
De tu voz
retiraré los lugares de las mimosas
sólo los lugares de las mimosas
Las piedras
Las nubes
Tu canto
Retiraré las mañanas
Y madrugadas.
(Daniel Faria. Versión de
Umberto Cobo partir de traducción de
Uberto Stabile)
Shalom.
3 comentarios:
¿Eres consciente de lo absurdo que resulta que el texto de la fecha de cada post esté en color blanco, el cual es IMPOSIBLE verlo sobre fondo el fondo blanco de tu bolg ?
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