lunes, 31 de mayo de 2010

Luis Rosales


LUIS ROSALES EN EL CIELO

            Quizás un ángel de nieve haya rozado con su ala la sonrisa del poeta. Tal vez sonría Luis con alguna ocurrencia de Leopoldo, que ya no necesita tanto huisqui para ser feliz: lo bebe con las nubes del atardecer acribillado por los besos de sus hijos. Dámaso se explica moviendo las manos, casi sin palabras, acariciando a Pizca mientras Federico, nuestra alegría, anda de cháchara con una señora de Granada. Cada cosa tiene un nombre y los nombres de todas las cosas los ha pronunciado Dios como al principio. Y allí, limpiando los gruesos cristales de sus gafas, camina Luis mirando con ternura cada gesto.


            Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Luis Rosales Camacho, poeta. Que la luz de su palabra continúe iluminándonos.

-Karamazov—dijo Kolia—, ¿es verdad eso que dice la religión de que resucitaremos después de morir y nos volveremos a ver todos? Si es así, nos encontraremos de nuevo con Aliucha.
-Sí, es cierto: todos resucitaremos y nos volveremos a ver—respondió Aliocha sonriendo y rebosante de fe—. Y entonces hablaremos alegremente de las cosas pasadas.
                               Dostoyevski, Los hermanos Karamazov.

            Y poco me importa hoy el copyright:

CÓMO ES POSIBLE QUE LA PREDESTINACIÓN
A VECES LLEGUE TARDE

Cuando vivimos tanto que hay que pagar exceso
hay algo en el amor como una luz suicida,
tal vez es sólo eso,
y hay amores que duran algo menos que un beso,
y besos que han durado algo más que una vida.



 Shalom
            

domingo, 30 de mayo de 2010

Miguel d´Ors

EN LA CARPINTERÍA
(porque no me lo imagino en un taller mecánico)


            He leído, si no recuerdo mal, dos poemarios de Miguel d´Ors (i), La música extremada, Sevilla, Renacimiento, 1991 y Hacia otra luz más pura, Sevilla, Renacimiento, 2003. Los dos me gustaron, más el segundo. Si me permiten un segundo, voy a buscar un poema en el que lo cotidiano se hace parábola de la vida entera:

TEMPUS FUGIT

Lo dijeron Horacio y el Barroco:
cada hora nos va acercando un poco
más al negro cuchillo de la Parca.
¿Qué es esta vida sino un breve sueño?

Hoy lo repite, a su manera, el Marca:
en junio se retira Butrageño.

            Porque, claro, la muerte forma parte de la vida. Como alguien le ha hecho notar ya al cuidadoso autor, ese cuchillo está poéticamente un poco oxidado, aunque sirve bien para cortar la trama de la vida; de esta manera nos recordaría también el cántico de Ezequías, aunque no esté entre las referencias del poema:

Levantan y enrollan mi vida como una tienda de pastores.
Como un pastor devanaba yo mi vida y me cortan la trama.

            Hace unos años encontré en la librería Palas (ii) un libro de Miguel d´Ors, Virutas de taller, Valencina de la Concepción, Los Papeles del Sitio , 2007, que ya va por la segunda edición. Hace unos días me encontré en la misma librería Más virutas de Taller, Valencina de la Concepción, Los Papeles del Sitio, 2010. Mientras que el primer volumen recoge las virutas del período 1995-2004, el segundo lo hace de los años 2004-2009. Dado que éste es más voluminoso (330 páginas frente a 219), debo suponer que Miguel d´Ors ha trabajado bastante más los últimos cinco años o que ha tenido más tiempo en menos años.

            El autor, nacido en la incomparable Santiago de Compostela (iii) en 1948 es en la actualidad, si no se ha acogido a una de esas jubilaciones anticipadas tan anheladas en estos tiempos, profesor en la Universidad de Granada. Antes lo fue en la de Navarra, motivo por el cual ha sido orillado con frecuencia por los cabezones que confunden origen con talento; pero ya se sabe que en este dichoso país se vive en una época anterior a la de Jeremías, porque aquí, sí, los padres comieron agraces, los hijos tuvieron dentera (iv). De Miguel d´Ors diré que es un poeta excelente, que cuida mucho las formas (v) y, además, las conoce bien. A ratos me recuerda a José Julio Cabanillas o quizás es éste el que me recuerda al escritor compostelano. Supongo que no me equivoco si los hago amigos. Más virutas de taller es la continuación de lo que Enrique García-Máiquez explicó en el prólogo de Virutas de taller. Recopila el libro anotaciones de diversa índole: desde anécdotas hilarantes (el celibato de Córdoba), hasta crítica poética pasando por reflexiones personales, teológicas, sociales... Esta diversidad de contenidos lo hace un libro entretenido, pero nada superficial. Incluso en ocasiones puede parecer un poco espeso dado el tono general de la obra, como si se le hubieran colado entre las virutas algunos apuntes. Lógicamente, es imposible estar de acuerdo con todas las consideraciones del autor (vi) y personalmente tendría que hacer muchas observaciones en lo que a comentarios a los textos bíblicos se refiere, porque revelan una exégesis un tanto literalista y hemos aprendido en el siglo XX respecto a la exégesis bíblica que se debe superar el literalismo estrecho de miras; también de los haikús habría que hablar…Sin embargo, como repito a menudo, esto es bueno, porque nos garantiza que, al menos, se nos ofrece pensamiento y no propaganda: ante ésta sólo cabe apagar el televisor, la radio o cerrar el periódico (a veces, incluso, un libro).

            Más virutas de taller está muy bien escrito, en un castellano magnífico (vii). Imagino que Miguel d´Ors, tan cuidadoso, repasa las virutas de forma que, aunque sean tales, no ha descuidado su confección en nada. La edición está hecha con esmero y es obligado felicitar a Los Papeles del Sitio por el mimo que ha puesto.

(i) Escribo la “d” en minúscula porque así lo quería don Eugenio, el abuelo, y así parece quererlo también Miguel d´Ors. A partir de esta entrada he decidido eliminar los asteriscos en las referencias. Bueno, lo ha decidido mi hermano José Antonio, que ayer, aprovechando que me había invitado a comer en su casa (delicioso salmorejo), me dio la matraca con la incomodidad de los asteriscos. La comida estuvo, como le dije, muy bien: sobre todo de precio, pero mejor fue la compañía.
(ii) Cuya selección de novedades es magnífica. Palas es de las pocas librerías que van quedando en la Muy Leal Ciudad, aunque la lealtad no sepamos ya a qué se ofrece. Los dispensadores automáticos de libros van ganando el terrero y, para desgracia de los que amamos los libros, pronto se impondrá la mercadotecnia de esos artilugios a los que llaman libros digitales, pero que de libros tienen muy poco. Los malos traductores creyeron que era posible separar el fondo de la forma; los malos pensadores creen hoy que se puede separar el contenido del formato.
(iii) Pasé una parte de mi infancia en Santiago. Recuerdos, muchos: la lluvia, los grillos, el parque de la Herradura y las botas de agua rotas, la primera comunión de mis hermanos, la cocina alimentada por piñas... Vuelvo a Santiago siempre que puedo y me llenaría de ilusión poder vivir allí.
(iv) Hasta don Rafael Sánchez Ferlosio ha sufrido la persecución por su origen. Pero en todos estos casos la persecución nos habla sólo de la estupidez de los perseguidores. El totalitarismo, aunque se vista de progreso, totalitarismo se queda.
(v) A veces en lo que se anuncia como poesía se produce la catástrofe, pues de matute se intenta colar como poesía lo que quizás sea prosa correcta; pero ya sabemos que aquí también manda con frecuencia la mercadotecnia. Un ejemplo: los ¿¿poemas?? que un suplemento cultural ha publicado este último sábado. No sólo es que esté ausente el ritmo, sino que son pretenciosos y falsos porque juegan a un simbolismo que ni rozan. No dan ninguna experiencia, pero tampoco son capaces de recibirla. No se puede imitar a Celan impunemente, pues incluso para imitar hay que valer. Lo siento: me parecen rematadamente malos.
(vi) Supongo que ni el mismo Miguel d´Ors estará de acuerdo consigo mismo, pues la identidad es algo que se va haciendo. Esto, de paso, nos anima a pensar el Paraíso de otra manera.
(vii) Confesaré con gusto, y sin necesidad de ser sometido a tortura, que algunos autores gallegos realmente me maravillas por su forma de escribir. Citaré sólo dos nombres (evitando, de paso, citar un tercer nombre, más premiado): Torrente y Cunqueiro.

Shalom

domingo, 23 de mayo de 2010

Stefan Zweig y Richard Strauss

TIEMPO DE HISTORIA
y tú, cabalga por la justicia


            No podemos elegir las circunstancias en las que nos toca vivir. Entre los juegos de la primera adolescencia—quizás tercero y cuarto de bachillerato—que más me gustaban recuerdo especialmente el de las preguntas: “¿En qué época te hubiese gustado vivir?” La razón estriba quizás en las asignaturas de nuestro antiquísimo bachillerato, porque en tercero estudiábamos Historia de España y en cuarto, Historia Universal. Recuerdo que nuestro profesor de Historia de cuarto, el padre José Antonio, más conocido entre sus alumnos como “el Orejas”*, nos exigía realizar cuadros sincrónicos que colgábamos en el corcho grande del fondo de la clase. Me inculcó tal amor a la Historia que he quedado en deuda para siempre con él; además de buena persona, fue un excelente profesor que nos hizo amar la Historia y, al menos en mí, me ayudó a definir mi vocación intelectual. El padre José Antonio, el Orejas, fue la primera persona a la que oí pronunciar la palabra hierático. No lo elegí como profesor, sino que fue una circunstancia en mi vida sin la que yo no sería quien soy (caso de que sea alguien, conste). Por su influencia comencé a comprar la Historia Universal que cada semana editaba Noguer-Rizzoli-Larousse** (con un maravilloso atlas histórico: José Antonio nos enseñó que es imposible comprender la historia sin saber geografía); al acabar cuarto compre en dos volúmenes una historia universal que leí de corrido aquel verano tedioso de Gandía y del que sólo me consoló una biografía de Miguel Hernández. En quinto comencé a comprar una revista nueva, Tiempo de Historia; aún conservo algún número.

            ¿En qué época te hubiese gustado vivir? Nunca me importó, como Miguelito dijese sabiamente, hacerle rabona al futuro cuando se ponga interesante; pero sí he deseado vivir algunos acontecimientos, aunque me ahorraré decir cuáles. Hay época, circunstancias si se quiere, que definen el temple de un hombre. Digo esto pensado en el libro del que me gustaría decir dos palabras. Llegó a mis manos por casualidad: al final de la calle San Jacinto se suele poner un hombre que vende libros de segunda mano***—quizás de tercera, tal vez incluso robados. Un día, echando un vistazo, me encontré con Richard Strauss y Stefan Zweig, Epistolario, Barcelona, Plaza y Janés, 1965. Me resulta simpática la acotación de la portada (“Género epistolar”), aunque no el dibujo (un violín, libros, una partitura, un tintero, una flauta y un  metrónomo), recargado y pretencioso. Lógicamente, conozco bastante bien al austríaco y he leído muchas de sus obras; de Strauss conocía algunas composiciones y siempre he detestado Also spracht Zarathustra, aunque ignoro qué motivo me ha llevado a semejante situación. Había leído que el escritor había colaborado en el libreto de una ópera, La mujer silenciosa. Sin embargo, ignoraba que se hubiesen carteado durante algunos años por iniciativa de Zweig. Bueno, pues compré el epistolario y procedí a su lectura.


            La correspondencia abarca cuatro años, entre 1932 y 1935. Coincide, por tanto, con el ascenso de la barbarie y es especialmente interesante por ese motivo, pues permite entrever, si se sabe leer entre líneas, las enorme dificultades que hubo de soportar Zweig después del ascenso de NSPAD al poder y cómo el compositor intentó capear las tormentas que se produjeron por el origen de su corresponsal. Zweig, siempre atento y educado, admiraba realmente a Strauss; se dirige a él no sólo con cariño, sino también con admiración, la que suscitaba el compositor más afamado del momento. Strauss, por su parte, intenta cuidar la relación, aunque a veces parece situarse, tal vez inconscientemente, en una posición de superioridad. Es posible que fuese la edad. Pese a todo, como se puede intuir en las cartas finales, hay rastros de antisemitismo en Strauss; quizás son los comunes a la época y el compositor no hacía otra cosa que respirar las circunstancias que él no había elegido. Zweig tampoco las eligió y actuó con una dignidad que merece la admiración. Lo que para Strauss es un reproche (“Su carta del día 15 me ha causado profunda desesperación. ¡Qué obstinación tan clásicamente judía! ¡Es para hacerse de verdad antisemita! ¡Ese orgullo de raza, ese sentido tan excesivo de la solidaridad..., incluso a mí me hace sospechar ya ciertas diferencias!”: carta del 17 de junio de 1935 que no llegó a manos de Zweig pues fue interceptada por los esbirros de Goebbels), para el escritor supuso una durísima prueba (¿hará falta recordar el final de Zweig?) y estuvo a la altura de unas circunstancias que él no había elegido.

            Es normal que en ocasiones Zweig se sintiese incómodo con Strauss, pues éste había aceptado un cargo honorífico sin duda, pero también representativo, de manos del Ministro de Propaganda: Presidente de la Cámara de Música del Reich. Durante algún tiempo el escritor quiso mantenerse alejado de la “odiosa política” (al principio del epistolario incluso lo vemos defenderse sin acritud de una falsa identificación a raíz de un discurso de Goebbels), pero a medida que las medidas antijudías avanzaron se le hizo evidente que no podía quedarse al margen. Y eso es lo que Strauss pretendió: “... sea usted bueno, olvídese durante unas semanas del señor Moisés y de los otros apóstoles y dedíquese a sus obras de un acto”. ¿Olvidarse de sí mismo? Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha, dice el salmo. No, Zweig entendió que el arte no puede situarse por encima de determinadas circunstancias y esta actitud engrandece su figura. Y aunque no sea cierta la anécdota, como deja dicho el austríaco, quizás uno pueda quitarse el sombrero delante del Strauss compositor, pero se lo debe volver a poner en presencia del Strauss persona. En este sentido el apéndice es instructivo.

*¡Ah, los motes! ¿Qué profesor no lo tenía? Algunos fueron crueles: Pedro Bello, Detergente Chiconegro contiene muñequito Luchena, Elena (abreviación de el Enano)...; otros descriptivos: el Orejas, el Nuez, Elisa (el Isaac), Miguelito...; otros simpáticos y hasta originales: el Persiana (porque se enrollaba solo), el Enriquecedor (porque ibas con una duda y salías con dos), el Sobaco Ilustrado (porque andaba siempre con un libro en la axila). Entre los compañeros también nos bautizábamos, a veces para motejarnos a veces sólo para dejar claro quién era cada uno: Diplo, Zamba-Mossamba-Zambesse, el Cabeza, Petisú, el niño de los patines, Cinino, Coñete...
**Los coleccionables fueron de muy diversa índole. Todos empezamos por los cromos: Gran Álbum Maga. Bimbo regaló con motivo de las Olimpíadas del año 72 un álbum, pero sólo recuerdo a Fernando coleccionándolo (Munich 72: con Valery Borzov, el gran velocista ruso cuya costumbre de levantar los brazos al entrar en la meta le hacía perder una centésimas al decir de los expertos; un cartel de este atleta colgó durante mucho tiempo en la puerta de mi habitación porque era el ídolo de mi hermano Juan Carlos y, consecuentemente, yo no estaba autorizado a quitarlo). En mi casa se tomaba Nesquik, aunque aquel año se compró un bote grande de Cola-Cao, pues regalaba un plano de la villa olímpica. Nunca terminé un álbum Maga: los vendedores se acercaban a la puerta del colegio y regalaban algunos álbumes: empezaba así el círculo de la colección. Fui de los que siempre hubo de comprarse el álbum, pues no tenía suerte con los regalos. Tengo, tengo, tengo, no tengo, tengo, tengo, tengo... Nunca coleccioné estampas de futbolistas, quizás porque nunca me gustó ese deporte. En tercero llegaron dos colecciones: mi padre comenzó Fauna, pero yo preferí El gran mundo de los animales (creo que se llamaba así): venían todos los animales por orden alfabético y me ayudó a hacer algún trabajo.
***Cuando compro libros de segunda mano tengo la inveterada costumbre, cuyo origen ignoro, de meterlos en una bolsa, cerrarla herméticamente y dejarlos en el congelador un mínimo de quince días. Seguro que alguien conoce las razones, pero yo no.

Shalom.

martes, 18 de mayo de 2010

Mijail Bulgákov y Evgeni Zamiatin

LOS ROSTROS DEL DEMONIO
La dignidad de algunos escritores


            Por desgracia hoy apenas se escriben tratados serios de demonología. Hemos perdido casi toda la cultural profunda respecto a los demonios y nos la han cambiado por esos artefactos mezcla de estupefaciente e idiotez que son las películas, norteamericanas en su mayoría, sobre el tema. Recientemente la editorial granadina Nuevo Inicio ha publicado un tratado del que algún día me gustaría hablar, pese a sus errores de perspectiva ocasionales: Fabrice Hadjadj, La fe de los demonios (o el ateísmo superado), Granada 2009, que tiene al menos el mérito de recordar que la materia no peca... He colocado esta breve introducción al modo de algunos trágicos griegos para hablar de otro libro: Mijail Bulgákov y Evgeni ZamiatinCartas a Stalin, Madrid, Veintisieteletras, 2010. Estamos ante un libro extraño por su contenido.

            ¿Quién no conoce al genial autor de la biografía de Molière y de El Maestro y Margarita, ésta sí, una verdadera demonología moderna? Mijail Bulgákov, nacido en 1891 y muerto en 1940, es uno de los grandes autores rusos del siglo XX; fue un dramaturgo de prestigio y se dice que el propio Stalin lo contaba entre sus autores preferidos de teatro*. Su obra más conocida, El Maestro y Margarita, sólo pudo ser publicada mucho después de su muerte, aunque circuló por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas clandestinamente. Por su parte Zamiatin tuvo algo más de suerte: nació unos años antes que Bulgákov, en 1884 y murió en París dos años antes del estallido de la Segunda Gran Guerra; su obra más conocida, Nosotros,  se publicó en 1921. Logró exiliarse—cuando hacerlo era el priveligio de unos escogidos. Bulgákov no tuvo esa suerte, pues murió en Moscú a los cuarenta y ocho años. Estos dos escritores pueden valernos como muestra de la dignidad de algunos hombres buenos; una dignidad que se expresa a trancas y barrancas contra la dura realidad del comunismo soviético. Conviene recordar que en 1940 todos los partidos comunistas del mundo rendían pleitesía a los líderes soviéticos y que la política exterior soviética se expresaba a través de los esos partidos.


            No haré referencia ahora a toda una serie de lecturas sobre el comunismo y todo lo que de supuso. Están a mano las obras de Solzhenitsyn y cualquiera puede leer los excelentes ensayos que ha publicado Edhasa de Orlando Figes. Cabría también mencionar el libro Koba el terrible, publicado por Anagrama, de Martin Amis, un verdadero ajuste de cuentas. No creo que nadie sensato cometa la indignidad de defender el sistema soviético, un régimen que mandó a la muerte a millones de personas con la silenciosa aprobación de los progresistas occidentales. Algunos aún no han pedido perdón a las víctimas y andan por ahí pavoneándose de su propia estupidez, pero éstos tales no merecen una sola línea por más que escriban libros propios de ciegos**. Incluso hubo uno, famoso y ruso, bien considerado siempre y tenido por buen escritor (la palabra “buen”, como querría Nietzsche, debe ser pronunciada en este caso con desprecio) que calló aún conociendo las atrocidades que se cometían en la construcción del canal del mar Blanco.


            La terrorífica figura del padre de la madre Rusia, Stalin, domina la historia del siglo XX de una extraña manera. Durante dos decenios se le rindió culto de forma ridícula*** e incluso en las zonas donde el poder soviético no era opresivo se le consideró digno de admiración... Su brutalidad, cierta, no me interesa aquí. Quiero fijarme en su relación con el bueno de Bulgákov, uno de mis escritores preferidos, que me ha hecho pasar muchos instantes de felicidad por su brillante inteligencia****.

            Bulgákov quería salir de la URSS porque se sentía acosada y, desde luego, no era afecto a las brutalidades del régimen. Es cierto que en sus cartas pide ser “de utilidad” porque no tenía madera de mártir (como Tomás Moro dijo de sí mismo): deseaba poder trabajar en algo relacionado con sus habilidades, pero fue censurado, criticado hasta la saciedad, espiado, expulsado y arrinconado. Y pasó por esto pese a haber sido un autor de éxito en los primeros años de la Revolución, cuando ésta no había desvelado su verdadero rostro. Su rostro es doble: Lenin, por una parte, y el continuador de su obra, Stalin. Como no quiero entrar aquí en discusiones históricas*****, me referiré sólo al rostro del segundo. Bulgákov escribió al líder, al guía del pueblo, solicitándole permiso para emigrar. A veces vemos en sus cartas el dolor que le ocasionaba manifestarse en un tono respetuoso, pero por su esposa y por él mismo se hacía preciso abandonar la URSS, ser “de alguna utilidad” en el extranjero.

            La Bestia rugiente, que despedazaba cadáveres con los pies y hacía desaparecer a individuos de la historia gracias al retoque fotográfico, daba miedo. Y Bulgákov le habla desde ese miedo, ocultándolo en la medida de lo posible para alcanzar su meta, la emigración. Pero la Bestia no cede. Bulgákov cree incluso que puede acariciarla y presentar su hoja de servicios, pero en la naturaleza de la Bestia no está el agradecimiento. Sin embargo, una noche se produce una llamada por teléfono: Stalin en persona se interesa por el escritor. Sí, no es un secretario, sino la propia Bestia la que ha telefoneado al apartamento. Bulgákov cree que esa llamada significa algo y se aferra a ella... para nada, pues las humillaciones siguieron su curso. La última carta a Stalin, de febrero de 1938, está llena de la dignidad de un hombre bueno: ya no pide por él; no, suplica para que el talento literario de un desterrado, N. R. Erdman, sea aprovechado. Pocos meses después Bulgákov moriría en Moscú.


            Stalin jugó sus cartas: el terror primero, la represión, el gesto amenazante, la mano levantada, el expediente que se abre... Después, la llamada interesada. Una vez que se ha provocado el pánico conviene mostrar un rostro más afable porque se sabe que el resorte de cualquier actuación será el miedo. ¿Quién nos dejó dicho que por el miedo a la muerte empieza todo? El autor de La Estrella... tenía razón y eso lo han sabido todas las bestias inmundas del siglo XX, todos los comisarios políticos******, todos los dictadores, porque el miedo es un poderoso motor; pero no cualquiera, sino el miedo pánico, aquel que uno no puede controlar y ante el que se doblega pues sabe que la Bestia lo supera en mucho y que cualquier resistencia lleva a la aniquilación atroz. Y, sin embargo, hubo personas que resistieron a la Bestia. El demonio puede tener muchos rostros: a veces el de Bestia, pero en otras ocasiones puede revestir la cara de la afabilidad más exquisita. No se trata de ninguna coincidencia de los opuestos, sino sencillamente de las formas de revestirse del mal, que trabaja con el miedo pánico como argumento, un miedo que no permite  ninguna desobediencia.. Lo importante es no dejarse dominar por él. Bulgákov no se dejó dominar: jugó las pocas cartas que tenía en la mano; entonces la Bestia eligió la estrategia de la afabilidad para dejarlo sin cartas. De Stalin podría decirse lo mismo que supuestamente Danton comentó de Robespierre: “Le gusta tanto la guillotina porque no le gusta que ninguna cabeza sobresalga por encima de la suya”.

            Las cartas a Stalin de Bulgákov están llenas de la dignidad de un hombre real que luchaba por su supervivencia. Sin duda, el escritor tuvo más suerte que otros, pues ni acabó en el gulag ni fue fusilado. Sin embargo, sus últimos años están llenos de sufrimiento, un sufrimiento que pasa por la prohibición de publicar sabiendo que el hecho de no dejarlo escribir significaba para Bulgákov la forma más atroz de muerte.

            La edición de Cartas a Stalin está hecha con cuidado y nos ofrece unas valiosas fotografías de los protagonistas. Leí el libro de un tirón, a veces indignado por las carantoñas de Bulgákov a la Bestia, a veces maravillado de su capacidad para escamotearse, sorprendido por su candidez ante la llamada de Stalin; pero del fondo de las cartas, también de los escritos de Zamiatin, emergía una extraña dignidad: la de aquellos que se encontraron en una situación atroz y supieron permanecer de pie. De todos modos, esto es lo triste, en la historia real fue el verdugo el que ganó. Por eso convendría ahora recordar la definición que Horkheimer dio de la teología; pero esto lo dejamos mejor para otro día.

*Esto es una verdadera desgracia. Que alguien con mal gusto alabe tu talento debe ser motivo de preocupación.
**Esta estupidez sigue en pie en la defensa que algunos hacen de la represión cubana. ¡Señores! Es posible no aceptar y abominar la política del poderoso vecino del Norte y condenar al mismo tiempo la represión ejercida por el Partido Comunista Cubano.
***Conozco dos versionesde una anécdota sobre el pánico que provocaba el jefe supremo. Según una los aplausos a Stalin tras unos de sus discursos en el Politburó duraron varias horas porque nadie quería ser el primero en dejar de aplaudir. Creo recordar que en Archipiélago Gulag se narra una historia parecida: en el campo de trabajo cada vez que en un discurso salía el nombre de Stalin los condenados aplaudían. Tanto es así que acabó siendo prácticamente una competición y, finalmente, se detuvo al primero que dejó de aplaudir.
****Conocida es la historia de su reacción ante el registro de su apartamento moscovita por la policía política (GPU). Como los policías clavaban largos alfileres en los sofás para comprobar si ocultaban alguno de los peligrosísimos escritos de Bulgákov, éste se volvió y comentó a su esposa: “Yo no soy el resposable si ejecutan a tus sillones”.
*****Ya me ocasionaron en mi época de estudiante algún amargo enfrentamiento con dos de mis profesores, uno de historia de la Filosofía y otro de Sociología. Ambos vomitaban prejuicios. Pero ¡basta!
******Conozco el caso de algunos funcionarios públicos cuya misión consiste en ser comisarios políticos de esta índole: una vez que han metido el miedo en el cuerpo de sus subordinados han conseguido exactamente lo que pretendían. Al final, en la reunión de despedida, pueden incluso permitirse el lujo de ser un dechado de amabilidad. Sin embargo, debajo de sus sonrisas puede verse el brillo de los uniformes de cuero negro.

Shalom.

domingo, 16 de mayo de 2010

Leed a los poetas.

            Los cristianos acostumbran a decir que Dios es vida; ¿puede herirnos la vida? ¿Acaso puede destrozarnos Dios? Decía el inigualable don Rafael Sánchez Ferlosio que la discusión sobre la existencia de Dios sólo era una manera de disimular una disputa más grave, la de su bondad; porque ése es el verdadero problema. Dostoyeski lo vivió.  Nietzsche lo supo. Camus, también. Y tengo para mí que todos los poetas han llorado delante de estas preguntas. Leed a Dámaso; leed a Rosales; leed a Celan, a Trakl o a Ungaretti; leed a Rilke o a don Antonio Machado; leed a San Juan de la Cruz… y escuchad a J. S. Bach.

            Shalom.

Dos emociones

Por si alguien se emociona, por si llora; por las lágrimas que no fueron recogidas por ninguna mano y que ningún beso enjugó.



Shalom

Con pies de plomo


NIETZSCHE TRADUCIDO
(o encadenado, como Prometeo)

            La Editorial Tecnos ha culminado recientemente la publicación íntegra de los Fragmentos Póstumos de F. Nietzsche con la aparición del último volumen, el tercero de una serie de cuatro. En el año 2006 se publicó el primer volumen de los Fragmentos; curiosamente, se comenzó por el final, aquellos cuadernos que recogen los escritos entre los años 1885 y 1889. En aquella ocasión se acompañó la publicación de una addenda que recogía la introducción, obra de Diego Sánchez Meca, posteriormente incorporada al volumen primero. Las razones que llevaron a empezar por el final fueron puramente de índole editorial (comercial cabría decir)  y, me parece, faltó paciencia. Dicho lo cual, lo primero es felicitarnos porque finalmente disponemos de una edición completa de los fragmentos póstumos del honorable hijo de Röcken que filosofó a martillazos. El volumen tercero y último se ha publicado en febrero de 2010.

            Sin embargo, la edición no se ha hecho sin polémica. En efecto, poco tiempo después de la publicación de los dos primeros volúmenes (el cuarto y el primero), Andrés Sánchez Pascual, conocido por sus excelentes traducciones de Nietzsche y de Jünger, publicó en Revista de Libros una agria crítica a la labor de los traductores, de la que sólo daré una muestra: “El resumen es fácil de hacer: el traductor es incompetente en filología, malo en sus notas y pésimo en sus traducciones. Esta traducción no sólo es inútil para cualquier lectura o estudio de Nietzsche, sino nociva para toda investigación sobre él. Y eso por no mencionar el horroroso español que el traductor escribe. Resulta inconcebible a estas alturas que se pretenda engañar al lector con una mercancía tan averiada. Esta traducción está muerta ya al nacer y no cabe arreglarla corrigiendo «algunos errores» en una nueva edición, sino que hay que rehacerla de cabo a rabo. Indudablemente se ha abusado de la buena fe de la editorial Tecnos”. Como en el proyecto estaba embarcada la SEDEN (Sociedad Española de Estudios sobre Friedrich Nietzsche), estalló una polémica en la que no faltaron las descalificaciones, las puñaladas traperas, la arrogancia y, lamento decirlo, la falta de estilo. No soy yo quien para terciar en semejantes asuntos, pero no puedo menos que dejar constancia de ciertas perplejidades. En primer lugar, Sánchez Pascual es sobradamente conocido por las traducciones que para Alianza ha hecho de Nietzsche; sin duda es uno de los mejores traductores del filósofo alemán al castellano; uno de los mejores, sí, pero no el único. Tiene además en su haber otras buenas traducciones. En segundo lugar, pese al tono, alguna razón puede tener Sánchez Pascual en sus observaciones: sus formas quizás lo descalifican personalmente, pero no a sus observaciones. En tercer lugar, Sánchez Pascual peca de arrogancia—y no es ésta la primera vez que lo hace*—, pero lo malo no es tanto ese pecado cuanto el que conlleva: le impide ver los logros de los demás. En cuarto lugar, no se puede proceder como elefante en cacharrería. Luis E. de Santiago quizás no sea un traductor excelente, pero eso no invalida el conjunto de su trabajo; por otra parte, Luis E. de Santiago y Juan Luis Vermal (a quien no se menciona) no traducen mal, sino que interpretan (como ha hecho siempre Sánchez Pascual y no puede dejar de hacer ningún traductor de filosofía**). A Vermal se debe que dispongamos en español del Nietzsche de Heidegger (editado por Destino) y ése me parece mérito notable. Ciertamente, la defensa de los traductores (la que se hizo de Luis de Santiago) no puede consistir sin más en una exhibición de títulos académicos; pero esto tampoco le quita razón a los traductores. Por último, ¿para qué ha servido toda esta amarga polémica? Supongo que para alimentar a los especialistas en filosofía y a los traductores. Algunos han despreciado el tomo I de los Fragmentos Póstumos; otros los han defendido... y casi todos se han perdido en los laberintos de la traducción con lo que Nietzsche ha caído en el olvido—las réplicas a partir de este momento sólo se me puede hacer a posteriori, ¿se me ha comprendido?


            Cualquier traducción será mejorable. Yo, que un poco sé de Biblia, puedo decir que la maravillosa Biblia del Oso hoy tiene interés por su español, pero como obra de traducción hace mucho que quedó superada***. El valor de las traducciones con el tiempo es el valor de sus interpretaciones. Algún día se hará una tesis sobre la recepción de la obra nietzscheana en la España de final del siglo XX, pero para entonces serán necesarias nuevas traducciones. La traducción de Nietzsche, con ser importante, no es lo fundamental. El valor que tienen los Fragmentos Póstumos es que nos permiten seguir acercándonos a unos de los filósofos peor comprendidos de la historia porque no ha dejado de verse envuelto en polémicas. Tendré ocasión de hablar de Nietzsche y sus fragmentos.

*En una de sus excelentes traducciones sobre Nietzsche, hace un descubrimiento: encuentra en santo Tomás el texto sobre el incremento de la felicidad de los bienaventurados al contemplar el sufrimiento de los condenados. Bien, Andrés Sánchez Pascual comenzó, salvo que yo esté del todo equivocado, realizando traducciones de teología—y de hecho aún ha colaborado recientemente con Olegario González aportando una traducción del célebre sueño Discurso de Cristo muerto desde lo alto del cosmos diciendo que no hay Dios (cf. Olegario González de Cardedal, Cuatro poetas desde la otra ladera, Madrid, Trotta, 1996, págs. 283-289. La traducción es magnífica, por cierto). Entre otros, si no me falla mi ya frágil memoria, tradujo J. Moltmann (y con todos mis respetos, en un español bastante mejorable). Le suponía yo, por tanto, algún conocimiento más profundo de la historia de la Teología, pues lo que hizo Tomás fue reproducir en su época un argumento patrístico—puesto de relieve por el inconmensurable Hans Ur von Balthasar—a propósito de los espectáculos circenses y los cristianos durante el siglo III. El descubrimiento de A.S.P.—con nota y todo—no pasa de ser una descontextualización de Tomás. En fin, hay que aprender a dudar de los propios logros o a ser inteligente, como decía Chesterton: “soy tan inteligente que a veces lo dudo”. Pero no podemos pedir luz a una vela que sale una vez y a veces no.
**Es imposible no interpretar al traducir. Por eso, sólo pueden entenderse como producto de una petulancia intelectual poco recomendable las anotaciones de A.S.P. en las que contrapone el texto español de Luis de Santiago con el de Nietzsche ¡en español también! Porque, claro, A.S.P. no interpreta; así, los “dice Nietzsche” son, en realidad, “traduce A.S.P.” Esta petulancia no supone ausencia de razón en sus propuestas de traducción, pero sí dejan entrever un estilo personal dudoso.
***Es muy valiosa como testimonio literario. Por eso, las “actualizaciones” a las que periódicamente se la somete son pequeñas aberraciones, pues nadie puede imitar aquel castellano.

lunes, 10 de mayo de 2010

Luis Rosales

AUTOBIOGRAFÍA

Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan
para morir;
y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores,
hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón
     en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.

            Como dije ayer, el día treinta y uno de mayo se cumplen cien años del nacimiento del poeta español Luis Rosales Camacho. Y quiero dejar constancia, en la medida de mis limitadas posibilidades, de mi enorme gratitud. Hoy propongo una lectura pausada del breve poema Autobiografía, editado originalmente en Rimas el año 1951 cuando mis ojos aún no habían visto la luz.

            Desde muy joven he pensado que la poesía no es semejante a un ingenio mecánico que pueda desmontarse. Los estructuralistas parecían creerlo y, así, no comprendían nada salvo lo que ellos mismos ponían. Recuerdo aún la discusión que mantuve con mi profesor de Salmos y Sapienciales, Gonzalo Flor Serrano. Nos había enseñado técnicas precisas de corte analítico para abordar los poemas bíblicos. En el examen final nos puso, además de las preguntas teóricas de rigor, un salmo para comentarlo. Hice lo que se esperaba que hiciese, porque debía mantener la nota de mi expediente, aunque hoy sé (o al menos eso quiero creer) que el bueno de Gonzalo me hubiese dado la misma nota si hubiese manifestado sólo mi resistencia; pero, quizás cobardemente, desmonté el texto para—supuestamente—entenderlo; conociendo mi traición, añadí una coda final en la que expresaba mi más profundo escepticismo por aquel tipo de análisis impío. El examen me fue devuelto con un largo comentario, lleno de cariño y comprensión, sobre mis observaciones; pero mi profesor no daba su brazo a torcer. Sin embargo, más de treinta años después sigo pensado  a este respecto casi lo mismo: un poema es un ser vivo. Debemos dejarlo volar, recitarlo y contemplarlo. A lo sumo, acompañarlo en su viaje a través de nuestra vida, pero haciéndole una autopsia ¿diremos que conocemos mejor la vida que encierra?

            Ya he sobrepasado con creces la edad que Luis Rosales tenía al escribir Autobiografía y, aunque eso no me dé ningún derecho, me otorga cierta perspectiva. Privilegios de la edad, pues no todo es tener más cercana la despedida. ¿Quién ha contado las olas del mar? Parece ésta una pregunta dirigida por el Eterno al pobre de Job en su estercolero:

¿Quién cerró el mar con una puerta
cuando salía impetuoso del seno materno,
 cuando le puse nubes por vestido
y niebla por pañales,
cuando le impuse un límite
con puertas y cerrojos
y le dije: Hasta aquí llegarás y no pasarás;
aquí acabará la arrogancia de tus olas?

            Un náufrago que no se resigna y aun antes de enloquecer hace locuras para preservar una chispa esperanza  en mitad de un océano. Sí, locura, porque cuenta las olas, y las vuelve a contar... hasta la última, pero ¿hay acaso última ola? La ola que trae la muerte: la última. ¿O quizás la última ola es la que nos devuelve nuestra infancia en una playa infinita? Sí, porque las olas tienen nuestra altura y nos cubren la frente como besos de una madre. Tal vez toda ola, incluso la última, tiene la estatura de un niño y al final volvemos siempre al principio, a nuestra infancia, allí donde se encierran los tesoros inagotables gracias a los cuales seguimos vivos incluso cuando ya no estamos. Náufrago contable que no cesa en su oficio.

            A lo mejor el náufrago tiene miedo precisamente porque guarda una esperanza: y cuenta y mide las olas calculando su altura para no ahogarse. ¿Es eso la prudencia? La del caballo de cartón que se hincha en el baño y no se rompe, sino que pierde su color, se le cae una oreja y se deshace poco a poco como nos deshace la vida. Sólo en una cosa me equivoqué: en la más importante. ¿Qué es entonces todo lo demás sino la sombra de la muerte? ¿Acaso la contabilidad de las olas acabará con mi soledad? Una, otra, y otra, otra, y otra, una más, y otra, repasarlas todas para evitar errores, llevo una vida contando olas para llegar a la última y de nada me sirve haber contado olas cuando debería haber nadado.

            El náufrago está en la orilla. Mira la mar inacabable. Hay olas grandes y pequeñas también; a veces llegan límpidas, otras traen espuma de Rabindranath como quería el de Moguer por Zenobia. ¿Cuántas olas bastan para morir? Hace falta toda una vida: el dolor que traviesa cada decisión importante sabiéndola quizás equivocada de antemano, porque ¿adónde llevan las olas? Vienen de lejos a la orilla en que me encuentro y lejos se marcharán sin mí, porque no me equivoqué salvo en las cosas que yo más quería.

            Al final por más que contaba, me he equivocado. Vivir no es asunto de contables, sino de náufragos. ¿Qué podemos perder sino la vida?

            El enlace lleva a la voz de Luis Rosales recitando Autobiografía. Cambia el último verso de manera casi imperceptible: no perdió nada y nos regaló hermosura.


Shalom.

domingo, 9 de mayo de 2010

No hay palabras...

…para rendir el homenaje que se merece a uno de los que seguirá creciendo con el paso de los años, Luis Rosales. Nacido sólo un poco después que el inmenso José Antonio Muñoz Rojas, celebramos este año el centenario de su nacimiento—será el día 31 de mayo. Se multiplicarán los homenajes y espero con todo mi corazón que ninguna puñalada más, que bastante sufrió en vida con las lenguas de doble filo que se deleitan en la hiel. Deseo que no sea una moda pasajera y me gustaría saber que nuestros escolares memorizan algunos versos de este poeta granadino amable, digno de ser amado.






            Hoy dejo aquí un poemilla de don Luis, unas cuantas viejas fotografías (que pueden servir como entretenimiento para identificar a algunos grandes autores españoles de la posguerra. En una está con otro grande, el poeta al que quizás más he amado, Dámaso Alonso) y la primera parte de la entrevista que Soler Serrano le hizo para el impagable A fondo. Espero a lo largo de este año volver sobre él.

CANCIÓN QUE SE VA DIBUJANDO
SOBRE LA PERSISTENCIA DE UN RECUERDO

Me diste consuelo un día
y ya es posible que el llanto
haya tomado la forma
de tus manos.














Samir Khalil Samir

CIEN PREGUNTAS


            El libro del quiero hablar lo leí por primera vez hace unos siete años preocupado por lo novedoso de la situación del islam en Europa. Esta religión, a la que deberíamos llamar posiblemente “la sumisión”, pues ése es el significado de “islam”, tiene una presencia creciente en las sociedades occidentales. Recuerdo que en 1991 la editorial Mario Muchnik, que posteriormente cambió de manos, publicó un libro de G. Kepel, La revancha de Dios. Cristianos, judíos y musulmanes a la reconquista del mundo, Madrid 1991. Este libro conoció una segunda edición. La última vez que lo vi estaba siendo saldado en una de esas cadenas comerciales que quieren hacerse pasar por librerías. Sin duda, había sido superado por los acontecimientos. Años después cayó en mis manos, gracias a una persona excelente que impartía por entonces clases de geología, Jorge Burgos*, un libro sobre la Sumisión: David Waines, El islam, Ed. Oxford, Madrid 1998 (la edición original en inglés es de 1995), una aproximación histórica y interesante reflexión sobre la realidad actual del islam con una buena explicación de las tendencias que se apreciaban en la época; todos estos libros tenían en común el interés por la actualidad  de la religión fundada por Mahoma. Sin embargo, todos ellos parecen haber quedado superados por los hechos. El libro de Kepel, además, situaba en el mismo nivel al judaísmo y al cristianismo respecto al islam; esto era ya entonces un grave error de óptica debido no sólo a que contra lo cristiano se puede arremeter hoy sin peligro, sino sobre todo a la diferencia fundamental entre la fe cristiana (y judía me permito decir) y la religión musulmana. De hecho, judíos y cristianos creen en el mismo Dios**—y comparten el Tanak amén de otras muchas realidades: pensemos en el calendario...—, pero yo no diría que el Dios musulmán sea el Dios de cristianos y judíos. Sin duda, estas tres religiones son monoteístas—siendo un caso especial la fe cristiana merced a la afirmación de la trinidad de personas—, pero con el mismo significante no se refieren al mismo significado. Y aquí, aunque no sea políticamente correcto recordarlo, debe señalarse que Europa se hizo afirmándose frente a la Sumisión. La nivelación pasa por la construcción de un abstracto—“la” religión—, que aún no se sabe bien qué es, pero útil para la catalogación. Así, cristianos, budistas, hinduistas, judíos y musulmanes pueden ser metidos en el mismo saco sin necesidad de matices. Es como si al hablar de “la” política nivelásemos el liberalismo, el comunismo, el socialismo y el fascismo. 

            No me parece que el islam haya cambiado sustancialmente en los últimos años, aunque sí han pasado a primer plano las tendencias radicales. Olvidamos con frecuencia el peso que la revolución iraní ha tenido en el mundo musulmán, porque los medios de comunicación de masas  viven sólo de lo más reciente y acabamos creyendo que el resto del mundo (que, en realidad, es la mayor parte del planeta) vive al ritmo que nosotros hemos decidido marcar. A veces oigo a supuestos expertos decir que a la religión de Mahoma le falta pasar por la Modernidad; no se dan cuenta de que ese concepto es específicamente occidental. Pienso, más bien, que la revolución iraní ha jugado un papel semejante al que jugó la Revolución de 1789 en Europa. Pretender  comprender el islam desde nuestras categorías es quizás la mejor forma de no comprenderlo. Por eso tampoco es posible analizar exclusivamente la presencia de la Sumisión con nuestras categorías legales.


            Centro di Studi sull´Ecumenismo, Cien preguntas sobre el Islam. Una entrevista a Samir Khalil Samir, Madrid, Ediciones Encuentro, 2003, es un libro interesante por muchas razones. Se trata de una larga y profunda entrevista realizada por Giorgio Paolucci y Camille Eid. El primero es periodista (trabaja en el diario Avvenire y en otros medios de comunicación) se ha especializado en la inmigración musulmana a Europa—básicamente, como es lógico suponer, a Italia—. Camille Eid es un periodista libanés que vive en Italia; se ha especializado en la inmigración musulmana a Europa y en la olvidada situación en que se encuentran los cristianos que viven en países musulmanes. El entrevistado es Samir Khalil Samir, jesuita y reputado especialista en el mundo árabe cristiano y en la civilización musulmana, amén de teólogo y experto en lenguas semíticas. Nacido en 1938 en El Cairo, es en la actualidad profesor en varias universidades  (entre las que cabe destacar el Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos); ha fundado el Centre de documentation et de recherches arabes chrétiennes y participa activamente en varias asociaciones dedicadas al estudio del patrimonio cristiano en la cultura árabe. En España es miembro del Consejo Asesor de la revista Qurtuba. Estudios andalusíes... En fin, una eminencia en su campo.

            Señalaré algunas de las razones por las que Cien preguntas sobre el islam me pareció en su momento un libro interesante y me lo sigue pareciendo hoy: Las preguntas están formuladas desde nuestra mentalidad; inciden en aquellos aspectos (problemáticos o no) que no estamos acostumbrados a abordar de manera significativa. Un buen ejemplo son las reflexiones en torno al Corán o a la fundación del islam. Paolucci y Eid han dirigido la entrevista de modo que unas preguntas llevan a profundizar en otras: no se pierde ni la amenidad ni el interés y esto se hace sin ninguna superficialidad. Las respuestas de Samir Khalil Samir se ajustan a las preguntas, pero saben ver más allá de ellas, hacia cuestiones que sólo aparecen implícitamente apuntadas. En las respuestas no encontramos ningún manual de corrección política, sino ajustadas reflexiones sobre la historia y la realidad actual del islam. El libro está dividido en cinco partes más los apéndices: (I) los fundamentos: Mahoma, el Corán y los cinco pilares,. (II) ¿Puede cambiar el islam? Aquí encontramos una reflexión certera sobre la guerra santa (jihâd). (III) El desafío de los derechos: en este apartado se abordan, entre otros,  el problema de la sharîʹa y de la situación de la mujer. (IV) El islam entre nosotros. (V) Islam y cristianismo: el encuentro inevitable, el diálogo posible. En las doscientas páginas de la entrevista se van desgranando todo estos temas de manera accesible, pero, insisto, sin caer en la superficialidad o en los lugares comunes. Un botón de muestra: “Los occidentales que repiten estas afirmaciones [sobre el significado etimológico de “islam”], por lo general, saben muy poco del islam. Aceptan gustosamente estas tesis procedente de ambientes islámicos. Unas tesis que, en realidad, no son exactas [...] islâm significa sumisión. La palabra islâm deriva del verbo aslama, que significa ´someterse´ o ´abandonarse a´; el islâm consiste, por tanto, en el acto de someterse o abandonarse, se sobrentiende a Dios, pero no significa ´alcanzar un estado de paz´, aunque alguien pueda añadir, por motivaciones espirituales, esta falsa etimología. Por otra parte, la violencia está claramente presente en la vida misma de Mahoma [...]. Aquí también es interesante observar que las primeras biografías del fundador no lleva el nombre de sîra, como serán llamadas en el siglo tercero de la hégira (siglo IX de la era cristiana), sino el de kitâb almagâzî, o sea, ´el Libro de las razias´. Fue el mismo Mahoma el que dirigió sistemáticamente, como jefe político, estas razias o incursiones bélicas, el que las organizó y conquistó, una tras otras, las diferentes tribus árabes. Y éstas se sometieron a él y a su Dios, pagando un tributo que permitía a Mahoma lanzarse a nuevas conquistas” (págs. 46s).

            Si nosotros, como quería Zubiri, somos los griegos, no deberíamos caer en simplificaciones respecto a la religión de Mahoma, porque las falsificaciones sólo llevan al engaño. Semejantes falsificaciones se producen en nuestro país, por desgracia, con extrema facilidad. Por fortuna, autores españoles ha  publicado excelentes trabajos a los que se ha prestado muy poca atención porque nadan contra la corriente de la corrección política; es decir, se mueven en el peligroso terreno de la búsqueda de la verdad. Recomendaría algunos magníficos trabajos. En primer lugar, los de Serafín Fanjul, profesor de Literatura Árabe en la UAM, La quimera de al-Ándalus y Al-Ándalus contra España. La forja de un mito, ambos editados por Siglo XXI; pero también el que fue Premio Internacional de Ensayo Jovellanos en 2008: Rosa María Rodríguez Magda, Inexistente Al Ándalus. De cómo los intelectuales reinventaron el Islam, Oviedo, Ed. Nobel, 2008.

            En la actualidad la sumisión es una presencia en Europa. Hace poco hemos visto cómo un grupo de musulmanes intentaba “tomar” la catedral de Córdoba, como se ha tomado ya la plaza de la catedral de Milán***. No nos vendrá mal pensar todas estas cosas para poder adoptar una posición sensata y no ingenua. De todos modos, Santa Sofía es mucho más hermosa, pues la sumisión arrasa las culturas que conquista. En todo esto no es indiferente la concepción que los propios musulmanes tienen del Corán****, algo que muy pocos se toman la molestia de pensar.  Algún deberíamos hablar del papel de Bizancio en todo esto...

*Al que algunos compañeros entre brormas llamaban por su aspecto “el ayatollah”. Semejante maldad, perdón, este mote se debió a ese escritor de raza—vamos a decirlo como a él se refirió Echequine en sus memorias—que es José María Vaz de Soto.
**En árabe la palabra “Allâh” significa “Dios”. De hecho, los árabes cristianos acostumbraron a traducir el griego theós por el árabe Allâh, que tiene la misma raíz que el hebreo `El, cuyo plural es Elohim. Por lo tanto, “Alá” no es nombre propio en el sentido de Yhwh, aunque se ha impuesto como tal debido a la costumbre de no traducir. De hecho, a fieles de otras religiones se les ha prohibido en algunos países musulmanes utilizar en sus actos litúrgicos la palabra “alá”.
***Este incidente me ha hecho recordar las reflexiones de Oriana Fallaci, que convendría leer con tranquilidad. La periodista fue difamada por el simple hecho de no aceptar las líneas trazadas por los bienpensantes.
****Significa “la recitación”, porque no se trata primariamente de un libro sino del dictado de Dios (en árabe “Alá”) a Mahoma. Además de suponer el analfabetismo de Mahoma, que muchos musulmanes defienden tenazmente (con lo que eso significa; pero, hago constar, el profesor Khalil desmiente), la concepción del Corán como dictado no deja ningún margen a la interpretación. Por eso en el mundo musulmán se han impuesto las concreciones legales. Dicho en otras palabras: ni el Corán es una realidad semejante a la Biblia ni una iglesia o sinagoga es semejante a una mezquita. Las simplificaciones pueden resultar aquí hasta peligrosas.

Shalom.

domingo, 2 de mayo de 2010

El fin de los libros

UNA PROVOCACIÓN
(es la primera parte si hay una segunda)

            Decía en la entrega anterior que quería reflexionar sobre las cosas ésas llamadas provocativamente “libros digitales”, “libros electrónicos”—acepción ésta que recoge la Academia—o incluso “ecolibros”. Una joya de vocabulario, vamos. Son muchas las voces que ya han anunciado “el fin de la era Guttenberg”, deseosas de hacerse pasar por profetas. Pienso más bien que la era Gutternberg no nos alcanzó nunca, pues los hombres no suelen ser buenos amigos de los libros, aunque esto es otra cuestión y más ahora cuando en nuestro país la mejora en el nivel de vida ha propiciado que se vendan más libros, aunque nada ha propiciado que se lea más. Los libros han pasado a ser en muchas ocasiones una simple marca de diferencia cultural. Como no quiero seguir un argumentación deductiva, debe quedar clara desde ya mi oposición—tan tajante como irrelevante—a estos artilugios modernos que prometen acabar con el “libro tradicional” y sabiendo que se me puede tachar de anticuado o de cosas peores, confesaré que me tengo por refractario (y más a las críticas de los estúpidos, conste). También debo confesar que aquellos otros profetas anunciaron la desaparición del correo... y, lamentablemente, no se equivocaron. De hecho, ya nadie me manda cartas, pero me llegan correos con frecuencia—la mayor parte de las veces para intentar hacerme perder el tiempo, aunque procuro borrarlos siempre antes de leerlos. ¿Cómo va a ser igual una carta de puño y letra que una pantallita parpadeante? He sido incapaz siempre de leer algo ligeramente extenso en la pantalla de un ordenador y suelo imprimir—y guardar, conste—los artículos a los que accedo.

            Vayamos a los libros. Los expertos (en lo que sea, da lo mismo: son expertos) acostumbran a decir que los niños llevan mucho peso en sus mochilas. Solución: el libro digital. Más barato parece que debe ser—prescindiendo del soporte, claro.  Yo heredé la mayor parte de mis libros escolares hasta que en quinto de bachillerato decidí hacer Letras, quizás para tener la ocasión de estrenar algunos. Todos los años, no obstante, caía algún volumen nuevo, pues o bien los de mi hermano mayor, a quien yo heredaba, estaban destrozados o bien los profesores se decidían a cambiar los textos. Recuerdo el maravilloso aroma que desprendían aquellos libros nuevos cuando se abrían las primeras veces: era el olor del papel y de la tinta. Esto se perderá, porque no creo que los libros digitales (tentado estoy de llamarlos “gililibros”) huelan a tinta, aunque alguien me puede decir que “todo se andará”.

            ¿Qué se perderá con esos artefactos? Enumeraré algunas de mis ocurrencias:

  1. El peso. Cada libro, cada edición, tiene su propio peso. Te da el gramaje del papel, la calidad de las cubiertas... y el placer de sopesar el libro en la mano.
  2. El tacto del papel.
  3. Los separadores.
  4. Las manchas en las hojas.
  5. Las quemaduras en las hojas.
  6. Los papelitos entre las páginas (tengo un billete capicúa de los antiguos en mi primera edición del Nuevo Testamento griego.
  7. Las fotografías que se conservan dentro de los libros.
  8. El olor a nuevo.
  9. El olor a húmedo.
  10. El polvo sobre los libros viejos o faltos de limpieza debido a las dobles y triples files.
  11. Los anaqueles.
  12. Las paredes hermosas.
  13. El sonido que hacen los libros al caer.
  14. Las paredes llenas de color.
  15. Emplear el tiempo buscando un libro que está ahí, pero que no aparece.
  16. Los libreros.
  17. Las librerías.
  18. El huecograbado.
  19. Las hojas dobladas.
  20. Los renglones torcidos.
  21. La encuadernaciones criminales también llamadas espasacalpes.
  22. Las letras irregulares.
  23. Ya se ha perdido el olor a tinta.
  24. Ya se ha perdido el relieve de las letras.
  25. Los marginalia reales.

            Los libros digitales prosperarán como los archivos: para no ser leídos. Alguien dirá que me opongo al progreso y, desde luego me opongo a progresar hacia el abismo. Nos dirán que también se quejaron de la imprenta. No es lo mismo, aunque debe reconocerse que gracias a la imprenta han llegado a ser publicados libros rematadamente malos. Un manuscrito siempre tendrá un valor diferente. Pero no entenderán. La próxima generación no conocerá los libros. Acabarán haciendo “relatos visuales y virtuales interactivos”, es decir, juegos de ordenador. No, no se leerán los libros. Y sí: me da miedo.

            Lógicamente, a medida que aumenten los libros digitales el precio de los libros reales aumentará, porque las tiradas serán más cortas. Las empresas se llevarán su parte del león y algunos autores se portarán como las hienas. Quizás hasta ganen más dinero; podrán escribir hijos digitales, engendrar árboles digitales y sembrar libros digitales, pero ni habrán tenido hijos ni habrán plantado árboles ni habrán escrito libros.

Shalom.